La semana pasada se llevó a cabo la Conferencia de Seguridad de Múnich, un foro anual que se celebra desde 1963 para propiciar el diálogo internacional en temas de política exterior, seguridad y defensa. La noticia que dominó la cobertura sobre dicho evento fue el discurso del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance. Pero no sólo por lo que advirtió sobre la defensa de Europa sino, más aún, por lo que expuso a propósito de la democracia y la libertad de expresión en la política europea.
Vance apenas mencionó a Ucrania y a Rusia. Comentó que el gobierno de Trump quiere llegar a un “acuerdo razonable entre ambos países” y también que espera una Europa mucho más comprometida con su propia defensa. De China tampoco dijo casi nada. En medio de una tremenda expectativa en torno a la política exterior del nuevo gobierno de Estados Unidos, desdeñó los temas prioritarios de la conferencia. “La amenaza que más me preocupa”, afirmó, “no es Rusia, no es China ni ningún otro actor externo. La que más me preocupa es la amenaza interna”.
Dicha amenaza, según Vance, es el abandono de los valores democráticos que Europa compartía con Estados Unidos y que durante la Guerra Fría defendieron juntos contra las “fuerzas tiránicas” que estaban en contra de “las bendiciones de la libertad”. Hoy en día, aseguró el vicepresidente de Trump, las democracias que ganaron la Guerra Fría de pronto se parecen a las dictaduras que derrotaron: quieren decirle a la gente cómo pensar, en qué creer, qué se puede o no decir, por quién pueden o no votar, etc.
Para Vance, las regulaciones contra el discurso de odio y la desinformación, las restricciones respecto a contenido o protestas contra mujeres o minorías religiosas, la exclusión de partidos extremistas de espacios políticos o la cancelación de elecciones por interferencia rusa son meros pretextos detrás de los que se esconden la intolerancia, la censura y, como dirían los obradoristas en México, el “miedo al pueblo”.
El argumento explota con eficacia algunos excesos a los que ha llegado cierto “paternalismo” en Europa, pero también ignora muy alevosamente sus razones históricas y sus fundamentos filosóficos. En el contexto actual, además, es música para los oídos de las extremas derechas europeas en general –y en particular para AfD, el partido de la ultraderecha alemana, por las elecciones del próximo domingo– y, desde luego, para la Rusia de Putin.
El mensaje, al final, es escalofriantemente claro. La prioridad estadounidense para Europa ya no es promover la paz ni la prosperidad mediante la integración, ni hacer un frente común con él para frenar el expansionismo ruso al este. Es promover agresivamente la desregulación (agenda clave de la tecnoligarquía gringa), desestabilizar sus sistemas políticos y ayudarle a las extremas derechas a llegar al poder.
Más que promover una agenda estratégica que responda a su interés nacional, Estados Unidos está adoptando las preferencias ideológicas del trumpismo y sus aliados.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg
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