Columna Invitada

La seguridad empieza en casa

Esperamos a que ocurra una tragedia para preguntar ¿y ahora qué hacemos?, pero nunca preguntamos ¿qué hacemos para evitarla?

La seguridad empieza en casa
Jorge Cuéllar Montoya / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

En México, poco se habla sobre una auténtica cultura de prevención. Es decir, la capacidad colectiva para anticipar riesgos, reducir vulnerabilidades y actuar antes de que los problemas estallen. Y aquí es donde fallamos sistemáticamente. Tanto el gobierno como la ciudadanía tienen responsabilidades que rara vez se asumen con seriedad. 

México invierte apenas el 0.08% del PIB en protección civil, mientras que Japón destina más del 0.5%. La diferencia no sólo está en las cifras, sino en los resultados. En Japón, los terremotos suelen dejar daños materiales; en México, suelen ser tragedias. ¿Por qué? Porque allá hay prevención, educación, planificación, simulacros y responsabilidad compartida. Aquí hay reacción, improvisación y abandono. 

Esperamos a que ocurra una tragedia –una inundación, un incendio, un accidente masivo– para preguntar “¿y ahora qué hacemos?”. Pero la pregunta que nunca nos hacemos es la más importante: ¿qué hicimos para evitarlo? La prevención no se decreta. Se cultiva con disciplina. Requiere liderazgo institucional, presupuesto, educación y participación social constante. Implica entender que la seguridad no depende solo del Estado: es también tarea cotidiana del ciudadano. 

Según el INEGI, el 64% de los mexicanos considera que prevenir delitos es una obligación exclusiva del gobierno. Ese desapego explica parte del problema. La corresponsabilidad ciudadana no se trata de sustituir al Estado, sino de asumir que las normas, la vigilancia mutua, la organización vecinal y la denuncia son pilares preventivos. En Estados Unidos, el programa “Vecino Vigilante” redujo el crimen en más del 16% en zonas organizadas. En América Latina, experiencias comunitarias en Colombia, Chile y Brasil han demostrado que donde hay cohesión social, hay menos violencia y mayor capacidad de reacción ante emergencias. 

Pero nada de esto funciona si el gobierno no hace lo suyo. No basta con discursos ni hashtags institucionales. En Japón, desde la primaria se hacen simulacros sísmicos mensuales. En México, sólo una de cada diez escuelas realiza uno al año. Allá existe un sistema nacional de alerta que puede reducir un 80% las muertes prevenibles. Aquí, seguimos esperando a que algo falle para reaccionar tarde. 

Como dijo Leonardo da Vinci, “la sabiduría es hija de la experiencia”. Jefferson lo resumió así: “El precio de la libertad es la vigilancia eterna”. Amartya Sen añadió: “El desarrollo es libertad, pero también seguridad para vivir sin miedo”. Una sociedad que se prepara no es paranoica: es responsable. Una ciudadanía que participa es poderosa. Un Estado que invierte en prevención no gasta: protege. 

No se trata de vivir con miedo, sino de vivir con conciencia. De saber que una comunidad que se organiza puede disuadir al delito, mitigar los efectos de un desastre o incluso salvar vidas. Un poste de luz puede prevenir un asalto. Un simulacro puede evitar una estampida. Una alarma bien colocada puede dar segundos vitales. La prevención es silenciosa, pero poderosa. Y, sobre todo, es más barata y más humana que cualquier respuesta tardía. 

La seguridad no nace en los cuarteles ni en las redes sociales. Nace en el civismo, en la educación, en la organización comunitaria y en instituciones que funcionan. Prevenir es cuidar la vida antes de que sea tarde. Es el principio ético básico de cualquier pacto civilizatorio digno. Sólo así construiremos un país seguro, justo y realmente libre.

POR JORGE CUÉLLAR MONTOYA
TITULAR DE LA VOCERÍA DE SEGURIDAD DE TAMAULIPAS

@JORGECUELLAR7

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