Hace tres décadas, Alemania se convertía en un referente a nivel global en términos de desarrollo, calidad de vida y libertades. Con la creación y consolidación de la Unión Europea, el país germano se afianzó poco a poco como el líder indiscutible del bloque. Su acelerado crecimiento industrial y manufacturero en la etapa de la posguerra la convirtieron en una potencial mundial, en una era conocida como “milagro alemán”. En la Alemania de hoy ya poco queda de ese milagro y el mundo al que se enfrenta ya no tiene claro su liderazgo.
Con la retirada de Angela Merkel se empezaron a desmoronar uno a uno los pilares bajo los que se había sostenido la potencia europea. Para ser justos, cabe señalar que la debacle obedece a múltiples factores y que no es solo responsabilidad de la excanciller, o de su equipo. Además, el panorama político en Europa tampoco ha jugado a su favor, y si hacemos caso a la teoría del péndulo, el natural desgaste del sistema político y económico que convirtió a Europa en el “sueño del desarrollo” para el resto del mundo, iba a cobrar factura más tarde que temprano.
En este convulso escenario, un viejo fantasma en la idiosincrasia alemana ha empezado a cobrar fuerza: el nazismo.
Bajo el paraguas de un partido que busca regresarle a Alemania sus viejas glorias y rescatar los valores culturales y de identidad que caracterizan a los alemanes -viejo argumento que nunca falla-, Alternativa para Alemania (AfD), encabezado por Alice Weidelm será, según la gran mayoría de las encuestas, la segunda fuerza política en el país después de las elecciones del 23 de febrero.
El dilema es mayúsculo ya que, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un partido con claros orígenes y simpatías con el nacional socialismo de Adolf Hitler tendrá representación y poder en el Bundestag (el parlamento alemán).
Quienes se apuntan para ser la primera fuerza son la coalición de la CDU/CSU con Friedrich Merz como futuro canciller, quien ha sostenido que no formará ninguna alianza con la AfD para hacer gobierno, pese a que en una reciente votación contra la migración los democristianos votaron junto con Alternativa rompiendo así el cordón sanitario que había impedido durante décadas que cualquier partido en Alemania colaboraran con la ultraderecha.
El ascenso del partido que lidera Alice Weidel ha generado toda clase de protestas a lo largo y ancho de Alemania y el propio Olaf Scholz ha expresado su preocupación de que la CDU termine formando gobierno con AfD, puesto que no llegará con las mayorías suficientes para poder hacerlo en solitario y una alianza entre Verdes, Socialistas y Cristianos también se antoja complicada.
Estas elecciones serán definitorias para Alemania en un momento en el que todo se está redefiniendo en Occidente.
Hace unos meses Francia detuvo al nacionalismo xenófobo y proteccionista de Le Pen, pero la congestión política no ha cesado en el país galo y es muy que el Frente Nacional llegue al Eliseo en las próximas elecciones presidenciales.
La prueba de fuego le toca ahora a los alemanes. No será sencillo apaciguar a las voces más radicales cuando para muchos su idea de Europa se cae a pedazos, independientemente de que esa percepción coincida o no con la realidad.
Para entender mejor la fácil tentación de los totalitarismos, recomiendo altamente el filme La ola (Die Welle) de Dennis Gansel, basada en los experimentos de La Tercera Ola que exploraban la seducción que ejercen los autoritarismos en sociedades libres.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS
MAAZ