El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) de Santa Lucía, que hoy se inaugura, está muy bien construido. Su proyección y edificación fueron realizadas en tiempo récord por un grupo de ingenieros militares a cargo del general Gustavo Vallejo.
Es un aeropuerto de la mayor dimensión, que a largo plazo se convertirá en el preponderante del país, con posibilidad para dar servicio a 85 millones de pasajeros.
Pero todo lo anterior no será legitimado esta semana. La internalización de los beneficios del nuevo aeropuerto es un proceso que llevará tiempo, porque la toma de decisiones bajo la cual se concretó estuvo viciada de origen, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador canceló el aeropuerto de Texcoco y, con una consulta ciudadana fuera de toda norma, decidió edificar el que hoy se inaugura.
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Los militares nunca tuvieron la culpa de esa decisión. Ellos construyeron la infraestructura que les ordenaron, y lo hicieron con muy poco presupuesto y con muy altos estándares. Lo que afirma el gobierno respecto de las cualidades y la longitud de las pistas, por ejemplo, es totalmente cierto: son amplias y cómodas hasta para los aviones más grandes. Ahí podrá aterrizar todo.
Será el tiempo el que curará la herida social respecto de esta construcción. Si ese tiempo es corto y el AIFA toma tracción rápido, la sociedad borrará velozmente el encono en el que continúa estacionado su ánimo por la obra. En ese caso, anuncios como el taxi aéreo desde Polanco, las vías de acceso que cada vez funcionarán mejor, y los itinerarios que anuncien próximamente empresas como Delta Airlines, como lo adelantó el Presidente, serán el catalizador para que empecemos a escuchar opiniones muy diferentes en boca de quienes mantienen hoy oposición al proyecto.
Pero si operativamente las cosas se ralentizan, si los vuelos internacionales se suman escasamente; si las vías de acceso implican poca velocidad en tierra y mucho tiempo para llegar a la terminal; si la inversión en el tren suburbano no se materializa; o si hay incidentes de aviación preocupantes, entonces el costo de la decisión de cancelar Texcoco se profundizará a tal grado que esta obra puede costarle la elección legislativa y presidencial a Morena en 2024. Este escenario pesimista es muy poco probable.
Aspirar a que en 2024 el nuevo Presidente clausure el AIFA y retome la construcción del Aeropuerto de Texcoco es una fantasía inconmensurable. Por ello, a México le conviene que el aeropuerto que hoy se inaugura en Zumpango sea exitoso y madure pronto.
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Una de las “líneas rojas” que tienen muy bien definidas las empresas internacionales más grandes y que sostienen las inversiones más cuantiosas en México es que el Instituto Nacional Electoral, que preside Lorenzo Córdova, no sea vulnerado ni desmantelado.
POR CARLOS MOTA
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