DESDE AFUERA

Harry, Meghan y la Monarquía Británica

Hace casi un siglo, el romance del entonces rey Eduardo VIII y la divorciada estadounidense Wally Simpson, provocó un enorme escándalo

OPINIÓN

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José Carreño Figueras / Desde Afuera / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

La entrevista que los duques de Sussex, Harry y Meghan, ofrecieron el domingo en la televisión estadounidense golpeó duramente la imagen de la monarquía británica al pintarla como insensitiva y racista.

Pero el escándalo que rodea las declaraciones y la separación del príncipe Harry de lo que algunos en Gran Bretaña llaman "la firma", con todo y sus connotaciones empresariales y financieras, es una nueva tormenta para una institución que ha confrontado un buen número de ellas.

El más reciente escándalo, la relación entre el príncipe Eduardo –hijo menor de la Reina Isabel II– y el financiero Jeffrey Epstein, que se suicidó en la cárcel tras ser acusado de abusar sexualmente de mujeres menores de edad, fue acallado mediante el simple procedimiento de hacerlo desaparecer literalmente de la vista pública.

Hace casi un siglo, el romance del entonces rey Eduardo VIII y la divorciada estadounidense Wally Simpson provocó un enorme escándalo; su matrimonio y renuncia al trono ayudaron a encubrir una crisis política creada por la necedad del soberano y sus simpatías nazis.

Hace 22 años, la monarquía se tambaleaba por la secuela creada por la muerte de la princesa Diana, casada y divorciada del príncipe Carlos, actual heredero al trono, y madre de los príncipes William y Harry. La relación entre ambos, su separación y sus infidelidades mutuas, dieron mucho que hablar en su momento.

La enormemente popular Diana, conocida como "la princesa del pueblo" concedió entonces una entrevista a la BBC que sacudió a la monarquía. Su muerte en 1997, en un accidente de automóvil en París mientras huía de la persecución de fotógrafos de prensa, fue un golpe agregado, pero que se manejó con un formidable sentido de imagen pública. Ahí, el mundo se familiarizó y los británicos quedaron conmovidos con los dos niños que caminaron detrás del ataúd de su madre: los príncipes William y Harry. 

El primero, William, es el número dos en la sucesión al trono y su forma de ser y de comportarse refleja la imagen, mezcla de seriedad y accesibilidad, que desea presentar una monarquía que se considera como símbolo de la nación.

El segundo, Harry, parecía destinado a ser parte de la historia picaresca de la familia Windsor. Su matrimonio con Meghan, una actriz estadounidense de padre blanco y madre de color, divorciada, confirmó su imagen de rebeldía. La resignada aceptación de su familia fue vista en su momento como una señal de renovación social y filosófica.

La creciente incomodidad familiar por el arreglo se reflejó en reportes en la prensa en torno a la conducta y las ambiciones –reales o supuestas– de Meghan; su embarazo y el nacimiento del primer hijo de la pareja fueron acompañados no sólo por curiosidad pública sino por expresiones a menudo racistas.

Pero a pesar de todos los pesares, la monarquía continúa y probablemente seguirá como un símbolo importante para los británicos.

POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM 
@CARRENOJOSE1

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