ARTE Y CONTEXTO

Homenaje al Maestro Tamayo

Artistas como él trabajan también para renovar y afianzar nuestra dignidad como país, porque al poseer esta clase de riquezas inconmensurables nos damos cuenta de lo valioso que podemos ser

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

La aparente sencillez de algunas de las piezas de Rufino Tamayo siempre la he considerado como algo conmovedor. Su obra es compleja desde varias perspectivas pero la calidez de sus noches con fuego, lo simpático de sus personajes y la alusión constante a la felicidad o a las sonrisas, lo hacen un ser amable, de manera literal. Aun quienes no lo conocimos, sentimos que lo queremos y al menos en lo personal, le tengo un profundo agradecimiento por haber realizado tantas pinturas y murales entrañables que forman parte de mi patrimonio cultural. De alguna manera quiero decir que Tamayo también pintó para mí, y entre otras cosas me heredó el sentimiento de orgullo por ser mexicana tan sólo por merecer un regalo de tal magnitud. 

Artistas como él trabajan también para renovar y afianzar nuestra dignidad como país, porque al poseer esta clase de riquezas inconmensurables nos damos cuenta de lo valioso que podemos ser. 

Otros rasgos que disfrutables del Maestro son la limpieza de su trazo, su paleta sin excesos o los perritos de Colima que le aúllan a la luna, la persiguen o le ladran con alegría y que nos revelan lo complejo de la mente de un artista que dominaba cualquier espacio que quisiera intervenir y cualquier estilo en el que se quisiera expresar. 

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Tamayo era un hombre culto que estudió a fondo el mundo prehispánico a través de sus imágenes, cosmogonía y relación con el universo. Por ello hizo del punto de fuga uno más de sus personajes y lo convirtió en trazos cósmicos, en las cuerdas de una guitarra que perfilan un camino hacia las estrellas como en “Músicas dormidas”, o en una guía que te absorbe  de manera irresistible a través de unas pérgolas al centro de la obra principal, como en el parque Tamayo construido por Teodoro González de León, ubicado casi a la altura de la rectoría de CU al sur de la CDMX. 

Por eso es incomprensible que a 30 años de su muerte, México no le haya rendido el homenaje que se merece. Sin embargo, la curadora Nancy Mayagoitia logró reunir a un grupo de 30 creadores para rendirle tributo con grandes rebanadas de sandía de fibra de vidrio realizadas por el artista Jarol Moreno, para que fueran intervenidas y expuestas hasta finales de 2021 en La plaza  de la danza de la ciudad de Oaxaca. 

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Artistas como Miriam Ladrón de Guevara, Shinzaburo Takeda, Raúl Herrera, Arthur Miller, Raúl Soruco, Adán Paredes, María Rosa Astorga y Jarol Moreno mismo entre otros, se dieron a la tarea de hacer su propia interpretación de este icono inseparable de su iconografía personal. Pensemos en Tamayo como un hombre alegre que fomentaba la felicidad, que amaba a la naturaleza, que la pintaba constantemente y qué mejor que una sonrisa vegetal para representar de manera abstracta, al hombre debido al cual Oaxaca tuvo un antes y un después. Gracias a artistas como Rufino Tamayo México es poseedor de una indiscutible gloria cultural, de dignidad y de un enorme respeto por su patrimonio artístico y que en conjunto es un pilar tan fuerte, que ninguna crisis moral o económica nos lo podrá arrebatar.

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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