Cuando el oficialismo empieza con las teorías del complot, mala cosa. Para sorpresa de nadie, Noroña, ante la pesadilla de Teuchitlán, se lanzó a hablar de una campaña de descrédito de la derecha. Un “campañón carroñero”. Algo más sorprendentemente, porque suele ser más cauta, la presidenta Sheinbaum dijo a su vez que las personas que querían golpear las puertas de Palacio Nacional eran calderonistas, en campaña contra el gobierno.
Por supuesto, no hay novedades aquí. Todos los gobiernos apuestan antes o después a la huida complotista. Pero no todos en la misma medida, ni remotamente.
El santo patrono del conspiracionismo mexa es el licenciado López Obrador, que sobrevivió durante décadas tanto a sus fracasos de todo tipo, sobre todo a los electorales y a los que tienen que ver con la seguridad pública, como a los escándalos de sus administraciones, algunos tan estruendosos como Segalmex, con la estrategia de apelar al cuento de la mano negra. De la conjura. A la idea de que hay fuerzas emboscadas, siempre en alianza con los pérfidos medios de comunicación —¿recuerdan lo de la “mafia en el poder”?—, que intentan desacreditar las tareas santas y puras de su gobierno. Menos mal que el pueblo no se deja engañar, es siempre el remate de esta perorata. Igualito que ahora.
Con el problema desgarrador de las desapariciones, la estrategia del obradorismo fue justo esa: declararlo irrelevante en los hechos, por la vía de no salir en la foto con las personas buscadoras y pretextar un complot derechista para saltarse ese acto mínimo de decencia, y a otra cosa. Funcionó, si uno se pone cínico al decirlo, mientras duró el sexenio: el licenciado se fue entre ovaciones de sus fieles a donde quiera que esté, La Chingada, Cuba o la Toriello Guerra, sin rendir cuentas, las que le tocaban —muchas—, a las organizaciones de búsqueda. Bueno, todo apunta a que ya no va a funcionar.
Teuchitlán es un punto y aparte. El oficialismo está rebasado por la cantidad brutal de fosas clandestinas que aparecen por todo el país, un escándalo nacional y global que es estridentemente imposible atribuir a una oposición reducida a mínimos.
Al final, al licenciado la estrategia tal vez no
le funcione tan bien. Es un manchón muy serio en su “legado histórico”, porque al amparo desidioso y a veces cómplice de su gobierno se multiplicaron los muertos como nunca y, como nunca, los criminales hicieron lo que les dio la gana. No es el único responsable, pero es, hoy, el más importante.
En fin, que a la nueva administración le llegó la hora de las soluciones tangibles, como parece entender cuando no habla de complots y toma decisiones. Pide la Presidenta que dejemos en paz al Peje. El problema es que él no nos deja en paz a los mexicanos, a todos, incluidos los de su administración. Nos dejó un tiradero.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
PAL