Ruinas del Futuro

La avalancha Trump

Hay algo delirante en que el presidente de la mayor superpotencia diga que el mundo ya no abusará de ella

La avalancha Trump
Carlos Bravo Regidor / Ruinas del Futuro / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Comienza la avalancha de Trump, del nuevo Trump. Su poder en este segundo mandato será no sólo mucho mayor que durante el primero, sino que tendrá un foco mucho mejor definido. Atrás quedó el outsider, el improvisado, el amateur de 2016; ayer juró un presidente que controla a su partido, que tendrá mayoría en el Congreso y frente al que ya han doblado la rodilla anticipadamente multitud de actores: en el mundo empresarial y el sistema de justicia, en las agencias de seguridad y los medios de comunicación. Si el sello de su primer gobierno fue la disrupción incompetente, el de este segundo promete ser la ostentación depredadora.

Trump arrancará buscando muchas “victorias” expeditas y espectaculares. En la esfera doméstica, contra los inmigrantes indocumentados, contra la regulación y la burocracia, contra sus rivales, opositores y críticos. En la esfera exterior, ya anunció medidas amenazantes lo mismo contra China que contra Europa, Canadá, Panamá y México.

Lo que viene será un despliegue político de la doctrina militar del “shock and awe”, una estrategia de “dominación rápida” que consiste en “afectar la voluntad, la percepción y el entendimiento del adversario para adaptarse o responder […] imponiéndole un nivel abrumador de conmoción y pavor de manera inmediata y lo suficientemente oportuna como para destruir su voluntad de seguir adelante […] tomar el control del entorno y paralizar o sobrecargar su capacidad de percibir y comprender los acontecimientos al grado de que le sea imposible resistir” (Harlan K. Ullman y James P. Wade).

El bombardeo de órdenes ejecutivas con el que Trump se hará sentir sorprenderá por su amplitud y agresividad, aturdirá a la opinión pública y entorpecerá muy significativamente el funcionamiento cotidiano de las estructuras administrativas del Estado. Y eso no será por error sino por diseño, esa es su intencionalidad. Trump no es ni quiere ser un presidente normal: no llega a gobernar un país sino a encabezar lo que concibe como una suerte de insurrección desde arriba: “liberar” a Estados Unidos, como lo dijo en su discurso inaugural, de su “decadencia”.

Hay algo delirante en que el presidente de la que sigue siendo la mayor superpotencia diga, tal cual, que el mundo ya no va a abusar más de ella y que va a tener que aprender a respetarla de nuevo. Como si la hegemonía estadounidense no estuviera institucionalizada en buena parte del orden internacional vigente. Pero ese delirio, por un lado, resonó con la sensación de agravio, con las ansiedades culturales y el descontento económico de una mayoría de los votantes estadounidenses; funcionó, pues, como combustible electoral. Y, por el otro lado, es un delirio que le permite a Trump desentenderse de cualquier compromiso, responsabilidad o incluso decoro en la conducción de sus relaciones exteriores. Le permite actuar, digamos, con la impunidad de una víctima desquitándose.

Trump no representa una “nueva edad dorada” para EUA, sino la era de un poder desnudo y desbocado.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

PAL

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