Feria de atrocidades y olvidos, la política mexicana frisa lo grotesco por la liviandad de sus actores y el mutismo de sus espectadores. En el actual contexto de relevo en la estafeta del poder ejecutivo federal y la habilitación de reformas constitucionales de último minuto, en “la agonía y el éxtasis” del régimen lopezobradorista, algunos de los más desacreditados vividores de la cosa pública han irrumpido para desacreditar tales cambios, confiados en que ya nadie recuerda sus siniestros antecedentes. Sobresale sin rival, Ernesto Zedillo. Se impone pues, un alto en el camino para otear el pasado. El fraude electoral de 1988 ensombreció el sexenio entero de Carlos Salinas de Gortari. La destrucción de las reglas institucionales, ese singular modo priista basado en la disciplina abyecta, alcanzó el paroxismo con el asesinato de su candidato a la presidencia de la República, ese Mío Cid tricolor victorioso solo en la soledad de su sepulcro, y la designación de su sustituto, Ernesto Zedillo, sembradora de insatisfacción y revanchismo. Empero, nada nos era desconocido, la violencia que ya había sentado sus reales en nuestra geografía desde la época de Miguel de la Madrid Hurtado se enseñoreó como nunca antes y sin visos de menguar hasta la fecha, en que sin pudor alguno nos referimos a decenas de miles de muertos y otro tanto de desaparecidos. La sucesión de las siglas de los partidos en el gobierno, única transición que hemos conocido como sociedad, no ha modificado un ápice la que pareciera ser vocación insoslayable en favor de nuestra deidad íntima: el Huichilobos mentado por los conquistadores y el caudal de sacrificios, verdaderos o figurados, ya nada importa. Y será en estas circunstancias cuando irrumpe una ilusión: la de establecer un nuevo régimen, que tiene mucho de antiguo, fundamentalista, reacio a explicar sus decisiones y más aún a construirlas por consenso, renovador de la oralidad del poder, echando mano de conceptos oceánicos como pueblo, bienestar, transformación, de significados variables e inasibles.
Sin más, bosquejemos un perfil básico del personaje aludido en su otrora calidad de administrador sexenal. A vuelo de pájaro, sabedores de los mil y un detalles que se fugarán de tan apretada lista, tendríamos los siguientes: Crisis financiera de impacto global, conocida como “efecto tequila”. “Error de diciembre” dada la devaluación resultado de la libre flotación del peso, la paridad frente al dólar se movió 114 por ciento. El aumento de la deuda privada y la creación del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA), sus pasivos ascendieron a 552 mil millones de dólares por concepto de cartera vencida que canjeó por pagarés ante el Banco de México; equivalente a 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de 1997, a las 2/3 partes del Presupuesto de 1998 y al doble de la deuda pública interna. Préstamos emergentes de Estados Unidos por 20 mil millones de dólares. El crecimiento económico fue de 3.5 por ciento en promedio anual durante el periodo. El PRI perdió la Cámara de Diputados y varias gubernaturas. Reformó el Instituto Federal Electoral y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Matanza de campesinos en el vado de Aguas Blancas, Coyuca de Benítez, Guerrero, por policías judiciales estatales (1995). En 1996 se crea la Unidad Coordinadora para el Acuerdo Bancario Empresarial (UCABE), protegiendo a 54 empresas por 9 mil 700 millones de dólares. El gobierno firma con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) los Acuerdos de San Andrés Larráinzar sobre Derechos y Cultura Indígena (1996), mismos que incumple. Militarización de Chiapas; decenas de miles de desplazados indígenas. Masacre de campesinos, incluyendo menores de edad y mujeres embarazadas, en Acteal, Chenalhó, Chiapas (1997), perpetrada por el grupo paramilitar Máscara Roja. Privatización de los ferrocarriles (1996-1998). Huelga general (1999-2000) en la UNAM. En las elecciones del 2000 triunfa el candidato del PAN, Vicente Fox Quesada. Poncio Pilatos Mexicano, Ernesto Zedillo y el triunfo del cinismo, el entreguismo a Estados Unidos y la corrupción sin límite.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
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