Malos modos

La Blancanieves woke

Al parecer, los problemas empezaron con el nombre de la peli, porque “enanitos” no es una palabra que se pueda usar estos días y –dice Javier Ocaña

La Blancanieves woke
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Leo en una columna de “El País” que Disney parió chayotes con la última adaptación de “Blancanieves y los siete enanitos”. La culpa fue de una cosa que dicen que va de salida con la llegada de Trump y compañía: ese coctel de wokismo y corrección política –no son lo mismo, aunque tienen muchos vasos comunicantes– que ha arruinado una parte respetable del cine y las series de los últimos años, particularmente los que se dirigen al público infantil.

Al parecer, los problemas empezaron con el nombre de la peli, porque “enanitos” no es una palabra que se pueda usar estos días y –dice Javier Ocaña con agradecible mala leche– “siete personas con acondroplasia” es largo y con poco gancho comercial. Hubo varias broncas más, pero me detengo en una apuesta de casting. La de Gal Gadot como la bruja maligna. No sé si su elección tiene que ver con que es blanca e israelí, quintaesencia de la maldad en la lógica woke, pero, como se ha repetido, es poco creíble que la tome con Blancanieves porque le provoca celos su belleza. A Gal Gadot, sí.

La cosa es que, desde un punto de vista rigurosamente morboso, es decir, por el placer que conlleva el espectáculo del delirio y la estupidez llevados al extremo, es una pena que el wokismo y su hermana mayor, la political correctness, vayan de salida. Si se permite el casticismo, es muy puñetero trasladar a la pantalla los cuentos infantiles cuando eres un talibán del bienpensar.

Ya hemos visto lo que nunca pensamos ver, desde vikingos afro hasta princesas medievales abonadas al feminismo radicaloso o el anticolonialismo de avanzada. Pero se puede llegar más lejos. ¿Despertada por el beso de un príncipe, representante del heteropatriarcado que no pidió permiso para darlo? Impensable. Ya que estamos, el príncipe tampoco tendría que ser caucásico. Ni delgado. Ni guapo, por supuesto. Probablemente, lo ideal sería una especie de Macedonio. O una mujer trans.

Luego están las hermanastras de Cenicienta. ¿Es adecuado que las malas, las bullies, sean mujeres? ¿No es ese un comportamiento propio de la masculinidad tóxica, por mucho que su condición de blancas y europeas nos permita dudar de su decencia? En “La bella durmiente”, ¿está bien que la canción principal sea una adaptación de Tchaikovsky? ¿No sería más adecuado meterle unas flautas onda los voladores de Papantla, o de indígenas, perdón: pobladores originarios australianos? Si el lobo de Caperucita es una metáfora del depredador sexual, ¿no sería mejor dejarse de metáforas y poner a un actor güero en su lugar?

En fin, que los morbosos nos la hubiéramos pasado bomba. El problema, al margen de las guerras culturales trumpistas, es que el dinero manda, y los vikingos afro y las guevaristas medievales estuvieron a nada de llevar a la quiebra a estudios, productores y plataformas. Quién diría.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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