Lo razonable es esperar que Donald Trump imponga aranceles a México y otros países en abril. La razón de fondo es contextual, ni siquiera económica. Si su razonamiento fuera económico, lo sensato sería no aplicarlos, pues, como dijo recientemente el Presidente de la Fed estadounidense, Jerome Powell: la simple amenaza de los aranceles genera incertidumbre, lo cual dispara la inflación y deprime el PIB. Despiertan temores de guerras comerciales y abre el espectro de una recesión económica mundial, empezando por los Estados Unidos.
Pero todo eso lo sabe Trump. Y, obviamente, no le importa. Ya aplicó un arancel del 25% al aluminio y acero entrando a Estados Unidos. Tanto Canadá, China y la Unión Europea han impuesto aranceles recíprocos a Estados Unidos como respuesta a su primer acto impositivo. La idea de amenazar con la imposición de aranceles y después irlos postergando sirve para que los mercados se vayan ajustando a la idea de aranceles, incluso antes de aplicarlos.
Los mercados financieros y las cadenas de valor han estado preparándose para la imposición de aranceles antes de que efectivamente hayan llegado. Entonces para cuando lleguen los aranceles ya habrá un proceso más ordenado de asimilación de una realidad pre anticipada. Habrá disgusto, pero ninguna sorpresa.
Lo contextual es lo que mueve Trump. Su conducta como Presidente se da en función de enojos pasados y pretensiones de realeza futuras. Por un lado, decide sus acciones en función de los reclamos que alberga contra quienes él considera que lo despreciaron, lo ningunearon o lo traicionaron.
Viendo la cantidad de acciones que realiza, tiene una lista muy larga. Demócratas, republicanos, ex socios, jueces, periodistas, cadenas de noticias, líderes de otros países y, en todos esos casos, su familiares son objetivos de persecuciones, acusaciones penales, campañas publicitarias en contra, burlas públicas. Usará todo el poder del Estado para aniquilar a sus detractores.
En materia de realeza futura, Trump se mueve rápidamente para establecerse como el “gran político” mundial que resolverá las guerras en Ucrania y Medio Oriente en tiempo record. También quiere tener como legado el haber sacudido el tablero político mundial, iniciando una revolución cultural, destruyendo las pretensiones “irreales” de equidad y no- discriminación Woke. De ahí su empatía por Putin y cualquier líder autoritario conservador en el mundo. Derechos humanos y cualquier asunto LGBTI están enfilados al basurero de la historia.
Quiere insólitas oportunidades de negocios. Para lograr ese escenario, necesita provocar una disrupción en los procesos económicos mundiales y en las tradicionales cadenas de valor. Piensa como hombre de negocios buscando nuevas oportunidades de adquirir bienes raíces. De ahí que, con una justificación de “seguridad nacional”, promueve la “adquisición de nuevas propiedades” para el país: Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, para empezar.
Como desarrollador en Nueva York, Trump promovía la expulsión de los pobres de ciertas zonas para comprar su terrenos o propiedades, para hacer desarrollos modernos, gentrificando nuevos barrios. Ahora aspira a hacer lo mismo, pero con países enteros. En ese sentido, es perfectamente consecuente con su forma de ver la realidad y de su proceder antes de ser presidente.
Todo esto conforma su forma de ver el mundo y de considerar que es su derecho adquirido por ser electo Presidente de los Estados Unidos. El disturbio es su oferta clásica para alcanzar sus objetivos. Su idea para la gobernanza se resume así: en tiempos turbulentos y confusos, quién tenga una idea clara de lo que quiere tiene buenas posibilidades de lograrlo.
La necesidad es, entonces, crear confusión y turbulencia, que es exactamente lo que está haciendo. Quiere emerger de la confusión con un premio Nobel por haber logrado la paz en Ucrania y Medio Oriente. También con un proceso de reindustrialización de la planta productiva estadounidense, además de haber liquidado el sistema de paz inaugurado después de la Segunda Guerra Mundial, como las Naciones Unidas, e inaugurado una nueva era de equilibrios económicos, políticos y militares mundiales entre súper potencias mundiales (Estados Unidos y China) y algunas potencias regionales, como Rusia, Israel y la Unión Europea.
En ese contexto, México es considerado como parte de la producción fabril secundaria de Estados Unidos. Trump quiere que toda la industria automotriz de México se traslade a su país. En el mapamundi de Trump, México está relegado a ser una economía de actividades primarias y terciarias, esencialmente.
No es un accidente que el Presidente de Estados Unidos que más admira Trump es Polk, el que invadió a México y le arrebató una porción importante de su territorio, en 1847-8. Colocó su fotografía en la Oficina Oval. Polk prometió la expansión del territorio estadounidense y lo logró con la invasión a México. Y lo logró en los escasos 4 años que gobernó su país. Asumió como Presidente en 1845 y para 1847 ordenó la invasión a México, concluyendo la guerra en 1848. Dejó la presidencia un año después.
Trump considera que tiene el tiempo necesario para dejar un sello indeleble en la historia de su país, con acciones decisivas contra otros territorios. En ese contexto, México es un bocado apetecible y, en su opinión, de fácil acceso por su debilidad estructural y gobernanza cuestionada.
Es un error pensar que Trump puede ser manipulado con palabras lisonjeras y conductas condescendientes. Él ha dicho lo que quiere de México. Cree que tiene el derecho a ordenar el cambio en nuestro país, según su parecer y amparado en un concepto de seguridad nacional importado de su país. Por esa razón, está preparado el terreno de actuación con una guerra psicológica en México, postergando los aranceles para que las industrias tomen sus precauciones y también impulsando un ambiente social de resignación.
Pero, de que viene con todo y aranceles no se puede dudar. Al contrario, hay que saber que viene a crear un gran disturbio en México, que cree lo beneficiará para lograr sus objetivos. Lo ha anunciado y piensa hacerlo. Los costes económicos difíciles los tendrán que asumir los ciudadanos de su país, pero más los resentiremos nosotros los mexicanos.
Debemos suponer que aplicarán aranceles en abril. De hecho, ya nos aplicó aranceles en aluminio y acero en 25%, y no hemos respondido con aranceles recíprocos, como los canadienses y los europeos. No es evidente que la estrategia de moderación y gentileza haya dado el mensaje correcto. ¿Cómo lo toma Trump? ¿Cómo moderación y gentileza, o como una expresión de temor y debilidad? Los canadienses respondieron con miles de millones de dólares en aranceles a Estados Unidos y una campaña de “compra canadiense”.
México hubiera sido fuerte, pero moderado, aplicando aranceles del 25% a las importaciones de aluminio y acero, sin ir más allá. E invitando a todo el pueblo de México al zócalo, y no solamente a los miembros de Morena. Falta lo más duro. Viene pronto.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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