Pensar en lo fotográfica en que se ha convertido nuestra vida, es considerar cuánto hemos delegado a la tecnología lo que originalmente eran menesteres cerebrales.
Tan pan nuestro de cada día se ha vuelto el acto fotográfico que además de la captura del momento irrepetible se ha convertido en utilitario. Ya los alumnos en el aula no toman apuntes como antaño, prefieren esperar a que la pizarra se llene y luego hacer un click.
A veces relevo de la escritura, testigo de la verdad o portadora del detalle, la fotografía se ha convertido en la vieja confiable, suplantando a la -en ocasiones traicionera- memoria humana.
Amamos guardar en la cámara lo que necesitamos recordar para después. Ver, vernos y volver a ver a través de la pantalla es un ejercicio que incluso ha modificado los espacios públicos y los espectáculos.
Por ejemplo, los hermosos altares de Día de Muertos en estas fechas, las exposiciones de arte en los museos y los restaurantes y jardines públicos suelen diseñarse con la previsión de espacios instagrameables y para selfies.
En el sistema ocular centrista en el que convivimos y generamos imágenes por montones, es de ociosos preguntarnos si así como podemos sumar imágenes también podamos restarlas de nuestra mente, más allá de la ficción. Desver como un acto de borrar conscientemente lo ya visto, suena a futuro.
Aunque sí es una palabra portuguesa que significa dejar de ver, en México más bien es el fruto tirado en la sombra de las redes sociales, de un lenguaje vivo que crece a placer.
El deseo de “desver” con un tono de humor, que suele aparecer en los comentarios de internautas luego de la decepción de ver algo que no cumple sus expectativas no sólo es imposible, además es irónico pues entre más perturbador es el contenido, la imagen adquiere una fuerza pregnante que se instala cómodamente en la memoria.
POR CYNTHIA MILEVA
EEZ