COLUMNA INVITADA

Sin incertidumbre, la integración en AL que propone AMLO

Se plantean nuevas funciones para enfrentar importantes desafíos como la gobernabilidad

OPINIÓN

·
Luis David Fernández Araya / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Tras las experiencias de procesos de integración tradicionales como Sica, Can y Mercosur, América Latina ha afrontado en estos años el debate integracionista, revisando los paradigmas sobre el regionalismo, la integración y el desarrollo. La última década ha estado marcada por iniciativas como Unasur, CELAC, Alba o la Alianza del Pacífico. En el debate conviven hoy nuevos planteamientos con la recuperación de algunos elementos del análisis clásico sobre la integración económica, y con factores novedosos como la puesta en marcha de los acuerdos de asociación de la Unión Europea (UE) o de acuerdos comerciales con países asiáticos como el Acuerdo Transpacífico.

En el marco de estos debates se plantean nuevas funciones y oportunidades en los procesos de integración regional para enfrentar importantes desafíos como la gobernabilidad y la lucha contra la inseguridad, la facilitación comercial y la conectividad, la energía y las telecomunicaciones, así como la gestión de riesgos y demás vulnerabilidades medioambientales a las que está especialmente expuesta la región. Las posibilidades que ofrece hoy el ámbito regional para el diseño de políticas públicas, lo convierten en un campo propicio para hacer frente a esos desafíos transnacionales, que, desde el origen de la teoría del desarrollo, se ha considerado que la integración regional podría constituir una buena vía para superar algunos de los problemas que se plantean en los procesos de desarrollo.

A través de la integración se fortalecen capacidades institucionales mutuas, se amplía el mercado disponible para alentar los procesos de industrialización, se estimulan los intercambios entre países y se mejora las capacidades negociadoras agregadas en el escenario internacional. Los planteamientos que inspiraron en el pasado los procesos de integración, entendiendo el mercado regional como espacio reservado para alentar la industrialización, se han sustituido en los últimos tiempos por una concepción más abierta del regionalismo, en la que se enfatiza el papel del entorno regional como plataforma, de fortalecimiento competitivo e institucional, desde la que alentar la proyección exterior de las economías implicadas.

Sin embargo, buena parte de las experiencias de integración regional entre países del sur no han cubierto las expectativas con las que inicialmente habían sido creadas.

Los motivos como la dependencia de economías extrarregionales, básicamente del mundo desarrollado, la limitada complementariedad económica de los países socios, las resistencias a la cesión de soberanía que todo proceso de integración comporta, el limitado esfuerzo realizado en la creación de instituciones sólidas, asociadas al proceso de integración, entre otros.

Aunque la situación varía de unos esquemas de integración a otros, es cierto que la regla general no es un progreso continuado y lineal. La integración sigue siendo una alternativa deseable para los países en desarrollo.

En su concepción originaria, la integración se considera un factor inductor de cambio y de solidaridad, según el modelo europeo. Sin embargo, esta visión no aparece tan directamente reflejada en la mayor parte de los procesos posteriores que algunos autores han llamado posliberales. En el marco de estos nuevos procesos de integración se ve con escepticismo el modelo europeo por la situación de crisis en la que se encuentra. No obstante, incluso en crisis, el europeo sigue siendo un modelo, en la medida en que sirve también para mostrar dónde pueden estar los errores.

De esta forma, integración no siempre sería igual a mayor crecimiento. La crisis financiera que arrastra Europa desde 2018 pone de manifiesto el riesgo de establecer una unión monetaria demasiado temprana, perviviendo desajustes importantes entre las distintas economías, siendo necesario una mayor integración económica y financiera previa. A ello cabe añadir el elevado coste del modelo europeo y las limitaciones de los países para pagarlo adicionalmente a las necesidades nacionales.

Más allá de estas crisis y de las lecciones aprendidas que obtengamos de ellas, es importante analizar qué beneficios pueden obtener los países de los procesos de integración y a qué se debe por tanto esa emergencia de iniciativas surgidas en América Latina en los últimos años.

POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
ECONOMISTA
@DRLUISDAVIDFER

MAAZ

 

SEGUIR LEYENDO:

México, decidido con la igualdad de género

México, América Central y la República Dominicana

A crecer de manera igualitaria