COLUMNA INVITADA

27 aniversario de un crimen perverso: ¿Quién mató a Luis Donaldo Colosio?

En la historia mexicana del Siglo XX, particularmente en la etapa de la Revolución, los magnicidios y los asesinatos de personajes relevantes han cambiado el curso del destino nacional.

OPINIÓN

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Alfredo Ríos Camarena/ Columna Invitada/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

En la historia mexicana del Siglo XX, particularmente en la etapa de la Revolución, los magnicidios y los asesinatos de personajes relevantes han cambiado el curso del destino nacional.

La muerte de Francisco I. Madero y de José María Pino Suarez el 22 de febrero de 1913, provocada por el embajador norteamericano Henry Lane Wilson y ejecutada por los esbirros de Victoriano Huerta, detuvieron el proceso democrático del país; más tarde, se dividieron las fuerzas revolucionarias y el gran líder guerrillero, Emiliano Zapata, murió en Chinameca el 10 de abril de 1919, en la cobarde emboscada que le tendió el Coronel Guajardo por instrucciones de Pablo González y, seguramente, de Venustiano Carranza; el 21 de mayo de 1920 el propio Presidente Carranza fue asesinado en Tlaxcalantongo; más tarde, en Parral, Chihuahua, el 20 de julio de 1923, acribillaron al líder de la División del Norte, el General Francisco Villa; el Presidente electo Álvaro Obregón murió a manos de un fanático religioso, León Toral, en la Bombilla, San Ángel el 17 de julio de 1928. Posteriormente, el 5 de febrero de 1930 sufrió un atentado el recién Presidente electo Pascual Ortiz Rubio, quien sobrevivió.

Otros homicidios políticos se cometieron en los años subsecuentes, sin haberse clarificado su origen; se habla del envenenamiento de Maximino Ávila Camacho el 17 de febrero de 1945; también murieron lideres relevantes, sin que haya constancia de que fueran asesinados, aun cuando existen serias sospechas al respecto, mis queridos amigos: Carlos Madrazo el 4 de junio de 1969 –junto con su señora esposa y muchos mexicanos más— murió en un accidente de aviación en Monterrey; Alfredo V. Bonfil Pinto, combativo y valiente mexicano, cayó destrozado de un avión el 28 de enero de 1973, junto con mis compañeros líderes agrarios de ese tiempo. Nunca pudimos saber lo que realmente sucedió.

Años más tarde, fue asesinado en Lomas Taurinas el apreciado y querido priista Luis Donaldo Colosio Murrieta el 23 de marzo de 1994; meses después, otro proditorio crimen lo sufrió el inteligente José Francisco Ruiz Massieu el 28 septiembre de ese año. Todos estos acontecimientos –de alguna u otra manera— transformaron el hilo conductor del proceso revolucionario y pos-revolucionario.

La muerte de Colosio fue investigada ampliamente y, la verdad jurídica aparentemente inobjetable, nos indica que quién cometió el homicidio fue Mario Aburto. Sin embargo, todas estas páginas de horror y de cobardía dejan huecos en la conciencia colectiva.

En marzo de 1994 el candidato presidencial Luis Donaldo pronunció un discurso en el aniversario del PRI que, al parecer, trazaba un camino diferente hacia el futuro, alejado del neoliberalismo y más apegado al ideario social mexicano, incluso su coordinador de campaña, Ernesto Zedillo mandó una carta aclarativa. La candidatura de Colosio a la presidencia surgió inesperadamente, pues, el Presidente Carlos Salinas había insinuado que el “destape” seria en diciembre, no obstante, el Vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, anunció una visita a México; no obstante, Salinas se adelantó y el domingo 28 de noviembre de 1993, intempestivamente lanzó la candidatura de Luis Donaldo Colosio.

Aparentemente los perfiles ideológicos que en ese momento servían mejor a la causa neoliberal, los tenían: el inteligente Secretario de Hacienda, Pedro Aspe Armella y Ernesto Zedillo Ponce de León quién renunció a la Secretaría de Educación Pública para incorporarse como coordinador de la campaña priísta. Por eso, a la muerte de Colosio, fue el candidato sustituto y, más tarde, Presidente de México.

A Colosio lo mató Aburto, sin embargo, hay interrogantes que no han sido esclarecidos y, probablemente, nunca lo serán.

Recordar a Colosio es también hacer un reconocimiento al proceso de cambio social de la Revolución y, entender, que la polarización que nace del odio y de la mezquindad, puede provocar actos criminales en fanáticos o en sombrías conspiraciones, que tienen que ver con intereses internos y externos.

Hoy más que nunca, es necesario detener el clima absurdo de polarización que se ha generado. México es mucho más grande que nuestras diferencias; acelerar las contradicciones internas de forma absurda e irrelevante puede conducirnos a un descarrilamiento de la gobernabilidad y de la paz social. Por encima de todo, debemos preservar un México que, independientemente de quien lo dirija, avance en el patriotismo y en la libertad. Estemos alertas, México merece su tránsito al cambio bajo paradigmas de igualdad social.

POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM

 

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