COLUMNA INVITADA

El Feminismo: la transición del objeto venerado al sujeto igualitario

Entender la justa lucha de las mujeres por la igualdad y la libertad, requiere del análisis histórico a lo largo de toda la prehistoria y la historia de la humanidad

OPINIÓN

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Alfredo Ríos Camarena/ Columna Invitada/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Entender la justa lucha de las mujeres por la igualdad y la libertad, requiere del análisis histórico a lo largo de toda la prehistoria y la historia de la humanidad.

De la prehistoria –que poco sabemos— surge el conocimiento aportado por Lewis H. Morgan –abogado, antropólogo y etnólogo— que, como científico social, demostró –según Friedrich Engels— que antes de que existiera la familia, la propiedad privada y el Estado, hubo un largo periodo en que la mujer era el único vínculo de solidaridad social, pues, había la certeza de la maternidad y no de la paternidad, existiendo un régimen que se denominó “de promiscuidad sexual”.

A partir de la propiedad privada –que nace por la ampliación de las necesidades y por el plus-producto— se crea la sociedad que conocemos, donde las estructuras del poder: religiosas, militares y políticas, establecieron una norma de discriminación hacia el género femenino.

La mujer era tratada como una “cosa”, por eso, la leyenda bíblica la hace nacer de la costilla de Adán; fue una propiedad del género masculino. Al caer este sistema –con la liberación de los esclavos— no se liberó a la mujer, pues, siguió encadenada a la familia patriarcal, que tuvo una expresión en el Estado Feudal, refrendada en el dominio eclesiástico y en hechos atentatorios a la dignidad, como el famoso derecho de pernada.

En el capitalismo, cuando la libertad convierte al trabajo en una mercancía, se establecen los derechos humanos, que recoge la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789; esta nueva visión permitió –en principio— cierta igualdad jurídica, pero no se trasformó culturalmente la percepción de la familia patriarcal.

A lo largo de los años se ha avanzado en el tema; innumerables modificaciones legislativas establecen la igualdad de la mujer y el hombre, como lo ordena el artículo 4 de nuestra Constitución. Sin embargo, la explotación familiar de la mujer siguió siendo un paradigma de la sociedad.

El acceso a la educación, a la cultura y la participación en las tareas productivas, han transformado al género femenino, de objeto –con carácter de propiedad— a sujeto –con derechos igualitarios y participación volitiva—.

La mujer en el Siglo XX ha sido factor del avance en la ciencia, la política y la economía, aun así, está muy lejos de obtener la dignidad y el decoro que merecen.

En el mundo actual y en el México contemporáneo, la denodada lucha de las mujeres ha producido resultados que, inevitablemente, nos conducirá a una visión distinta de la sociedad, donde la igualdad y la libertad –para ellas— no sea un derecho utópico, sino una realidad productiva.

Actualmente la violencia contra las mujeres, la diferencia salarial, la discriminación –dentro y fuera de la familia— no han terminado; por ello, debemos ser solidarios con la causa femenina, pero no con una simple distribución de cargos públicos y privados, que conduce a palos de ciego para resolver el tema, sino a través de una autentica solidaridad y comprensión del tema de fondo.

El feminismo no es un partido político; no es una causa electoral; no es una filosofía; tampoco es un conflicto permanente entre los diferentes sexos. Es simplemente la concepción profunda y solidaria de los derechos igualitarios, a los que, sin la menor duda, accederemos en este Siglo XXI.

Los grupos femeninos no son patrocinados por grupos conservadores o anarquistas, son expresiones de una profunda necesidad social; no entender esto, implica un diagnóstico equivocado y, en consecuencia, no será satisfecha la dignidad, que demanda el género femenino.

Los pueblos indígenas son un ejemplo del atraso con que se enfrenta esta temática; sus usos y costumbres reconocidos en el artículo 2do constitucional, en diversas  circunstancias, son profundamente discriminatorios.

Pretender que los partidos postulen determinado número de mujeres a las gubernaturas, rompiendo la Soberanía que la Constitución otorga a los Estados, es un ejemplo de la forma absurda, populista y electorera –que no democrática— como se ha querido enfrentar este tema, que tiene sus raíces en la historia de la humanidad y en la lucha por la libertad.

Sólo podemos solucionar éste conflicto social, sí cambiamos los paradigmas esenciales, que nos hacen actuar –aun inconscientemente— de manera equivocada y discriminatoria.

POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM

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