COLUMNA INVITADA

El legado de Colin Powell

El uso exitoso de su doctrina durante la Guerra del Golfo fue lo que le valió el reconocimiento de la sociedad estadounidense y su encumbramiento como hábil estratega

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El pasado 18 de octubre falleció Colin Powell (1937- 2021) quien fue considerado uno de los actores políticos más poderosos en la historia de Estados Unidos. Los claroscuros de su larga trayectoria en el servicio público dejan una profunda impronta en la historia reciente no sólo de su país, sino también del orden internacional.

Powell ingresó a las tropas de reserva durante la guerra de Vietnam, lo cual resultó decisivo en su formación; fue Asesor Nacional de Seguridad, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y secretario de Estado, es decir el responsable de la diplomacia estadounidense. La suya es una historia de logros sucesivos superando obstáculos y prejuicios. Afroamericano, hijo de inmigrantes, nacido en Harlem y criado en el Bronx, se supo abrir paso con base en la mejor tradición del sueño americano: trabajo duro, disciplina y la adopción de los valores de la democracia liberal.

Tras su experiencia militar en el sudeste asiático, ideó lo que se conoce como la “Doctrina Powell”. Según ésta, toda intervención debe cumplir ocho requisitos, entre los cuales están agotar los medios pacíficos, tener una estrategia de retirada y contar con apoyo interno e internacional. El uso exitoso de su doctrina durante la Guerra del Golfo fue lo que le valió el reconocimiento de la sociedad estadounidense y su encumbramiento como hábil estratega.

Durante la administración de George W. Bush, Powell encarnó el ejemplo de un funcionario que confiaba en la diplomacia, en la posibilidad de conciliar los intereses nacionales con los desafíos globales. Practicaba, a su vez, el diálogo multilateral como catalizador de la cooperación internacional. Es notable su defensa de la participación de EE.UU. en la OTAN.

Sin embargo, hay decisiones que marcan una época. El legado de Powell siempre estará vinculado con la forma en que, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, defendió la necesidad de ir a la guerra contra Iraq. Su tristemente célebre discurso, donde aseguraba que el régimen de Sadam Hussein contaba con armas de destrucción masiva, manchó indudablemente su reputación. Las armas nunca se encontraron, y el trágico desarrollo del conflicto, así como las desavenencias con el resto del gabinete de Bush, lo llevaron a renunciar al Departamento de Estado.

Ya retirado del vaivén político, Powell reconoció el error que supuso la entrada de las tropas estadounidenses a Iraq. A su vez, durante los últimos años se alejó lenta pero inexorablemente del Partido Republicano, por estar en desacuerdo con los sectores más nativistas y extremos que empezaron a crecer y lograron dominarlo. De hecho, apoyó públicamente a candidatos demócratas como Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden.

Sabemos que el juicio es inclemente cuando se toman malas decisiones. La historia no hace reparos en condenar como equívocas todas las acciones cuando se tiene como resultado el fracaso. Pero es necesario matizar, separar el grano de la paja. El legado de Powell no se limita al error sobre Iraq.

Su historia de éxitos basados en el mérito, su sentido de la responsabilidad, la altura de miras para defender el interés nacional, su congruencia ajena al dogmatismo ideológico, su capacidad de poner a su país por encima de su partido le valió el reconocimiento como verdadero hombre de Estado. Vale la pena recuperar estos atributos en una época en que el patriotismo ha degenerado en nacionalismo xenófobo, y cuando el conservadurismo estadounidense clásico, leal a los principios liberales y democráticos, necesita referentes para reencontrar su tradición republicana.

POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU

SENADORA DE LA REPÚBLICA

@RUIZMASSIEU

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