En un perfecto Masiosare se terminó de convertir Donald Trump para México desde el día uno de su toma de posesión como presidente número 47 de Estados Unidos.
Sus primeros anuncios sobre deportaciones masivas, imposición de un arancel de 25% a importaciones mexicanas y canadienses, y designar a los cárteles del narcotráfico como terroristas, alarmaron tanto al gobierno mexicano como a la oposición, pasando, obvi, por los especialistas en todo lo que se les pongan enfrente.
Unos y otros rasgándose las vestiduras, buscando al soldado que en cada hijo te dio la patria, aunque no estemos ante un mandatario con ánimos de invadirnos o apropiarse de territorio mexicano.
Y por supuesto, apelaron a la vieja confiable “Unidad Nacional”, concepto usado prácticamente desde que México es un Estado Nación independiente y al que nos encanta abrazarnos hasta en los partidos de la Selección Nacional de Futbol, para “enmascarar” de dignidad las derrotas.
Lo utilizamos como si fuera un escudo, un infalible detente, forjado por Quetzalcóatl, Huitzilopochtli, Tláloc, Coatlicue y Coyolxauhqui, ante el cual Trump se apanicará y revertirá sus primeras órdenes ejecutivas.
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de Unidad Nacional? Para el gobierno y el segundo piso de la cuatroté se trata de respaldar ciegamente las decisiones de la Presidencia ante lo que considera una “amenaza” a la soberanía nacional.
Es decir, piden a opositores y aquellos que no comparten la visión de la cuatroté enterrar sus sentimientos de agravio acumulados desde 2018, cuando desde la más alta tribuna del poder se ordenó el desmantelamiento institucional, acompañado de un discurso polarizador y divisor, y hasta de la privatización de la bandera que iza en el Zócalo capitalino.
Que el barrio, fifí y no fifí, respalde sin condiciones al régimen que desde 2018 dejó claro que sólo gobierna para los suyos y sus familias. Eso o ser marcados como traidores a la patria.
Para los opositores, la dichosa “Unidad Nacional”, significa todo lo contrario. Que la Presidencia revierta todas las reformas y políticas públicas que eliminaron los contrapesos, y que prácticamente se reinstale todo lo que había en el país previo al 2018. Con su nieve de limón, plis.
Lo único cierto es que hasta en eso estamos divididos. Pero ese no es el problema, porque de nada sirve ese escudo discursivo de la “Unidad” sin un proceso de reconciliación nacional y, sobre todo, de integración para enfrentar las decisiones de Trump que nos afectan como país.
Eso incluye colaboración entre gobierno, oposición y todos los sectores para que los mejores talentos del país, los que hay en el PAN, en el PRI, en MC y en el morenismo, definan estrategias que ayuden a enfrentar lo inevitable. Mujeres y hombres hay muchos en todo el espectro político, económico, académico, cultural, religioso, social y de la sociedad civil.
Pero preferimos quedarnos en la “cacareada” “Unidad Nacional”, que sirve para un carajo a la hora de evitar que Trump deporte migrantes y que México se haga cargo de ellos, ya sea poniéndolos en albergues y dándoles sus dos mil pesitos, en el caso de los mexicanos, o repatriándolos a sus países de origen, en el caso de extranjeros.
Tampoco impedirá que el presidente de EU nos imponga aranceles. Menos aún para que dé trato de terroristas a los cárteles mexicanos que, dicho sea de paso, sí tienen aterrorizada a una gran porción de la población.
Para lo que sí funciona la “Unidad Nacional”, y muy bien, es para legitimar una sola visión del país y fusionar el Estado, la nación y la patria en una sola persona o partido.
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Concentró la atención mediática la investidura de Donald Trump como presidente de EU, el pasado lunes. Y en lo que resultó ser un registro sin precedentes, 20.5 millones de personas dieron seguimiento al Inauguration Day a través de N+ y Noticias Univisión. La cobertura “El Regreso de Donald Trump” se desplegó en ambos lados de la frontera durante más de ocho horas.
POR: RAYMUNDO SÁNCHEZ PATLÁN
RAYMUNDO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@R_SANCHEZP
PAL