Cuando se habla de animales que han sido puestos en órbita por la humanidad, todo mundo recuerda a la perrita soviética Laika o al chimpancé norteamericano Ham, pero casi nadie tiene en mente a la primera gata en el espacio.
De hecho Félicette, la única minina que ha conquistado el espacio, pasó prácticamente inadvertida por la historia de la carrera espacial por varias razones, desde el hecho de que no formaba parte de la Guerra Fría, pasando porque era un gato e incluso por el hecho de ser hembra.
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Su historia fue única. Era parte de un grupo de 14 gatitas recolectadas por científicos franceses de las calles de París, luego del relativo éxito en los lanzamientos de soviéticos y norteamericanos de perros y primates, respectivamente.
Durante dos años fue alimentada y entrenada como toda una astronauta, para ser lanzada hacia el espacio en 1963. Pero su historia, más allá de una hazaña científica, es un relato de tortura que, en palabras de los científicos a cargo del experimento, no sirvió para nada.
Una gatita especial
En 1961, los investigadores del Centro Francés de Educación e Investigación en Medicina de Aviación, CERMA, tuvieron una inquietud: ¿qué pasaría con los famosos reflejos felinos que les permiten a estos animales tener un equilibrio único en la gravedad cero?
Para probarlo, “reclutaron” a 14 gatitas callejeras con la idea de poner a alguna de ellas en órbita y estudiar cómo reaccionaba su cuerpo en general y su cerebro en particular a este tipo de ambiente.
De acuerdo con publicaciones de la época, se eligieron gatas por ser de un temperamento más tranquilo que los machos, además de más quietas y generalmente más ligeras, factores clave para el lanzamiento.
A los 14 michis les fueron implantados sensores en el cerebro y otras partes del cuerpo con el objetivo de medir sus reacciones a pruebas como la centrifugación, hecha en máquinas que los hacían girar a gran velocidad.
También las mantenían confinadas en cajas especiales para evitar que se movieran durante su ascenso, entre otras pruebas que les exigían físicamente. Al final, solo ocho gatas lograron completar el entrenamiento.
A diferencia de los programas soviético y americano, a las michis del estudio francés no se les asignó un nombre, esto con el objetivo de que los investigadores no se encariñaran con ellas. Al final, la elegida fue una gatita tuxedo, blanca y negra, identificada como C341, de solo dos kilos y medio de peso.
La primera "astrogata"
Con los preparativos cumplidos, el 13 de octubre de 1963 la gata C341 fue llevada al sitio de lanzamiento francés, ubicado al interior del desierto del Sáhara. El objetivo era que el cohete en el que viajaría alcanzara una altura de 157 kilómetros, desprendiera una cápsula y, posteriormente, ésta fuera recuperada.
Durante el lanzamiento, C341 experimentó una fuerza cercana a las 9 atmósferas, el doble de lo que sufrirían los astronautas que llegaron a la luna, estuvo cinco minutos en gravedad cero y volvió a la Tierra, esta vez experimentando 7 atmósferas.
El cohete en el que fue enviada a donde ningún otro gato ha ido se llamaba Verónique y, lógicamente, no tenía ventanas. C341 iba confinada en una pequeña caja, donde era monitoreada constantemente desde la Tierra.
Sorprendentemente, la cápsula y la gatita volvieron sin mayores contratiempos a tierra firme. Lo único irregular, de alguna manera, es que cuando se encontró a la michi estaba panza arriba, pero viva.
Fama, tortura y muerte
La hazaña científica de un país como Francia, que estaba muy lejos de alcanzar en la carrera espacial a Estados Unidos y la Unión Soviética, mereció apenas unos cuantos titulares en la prensa.
De hecho, fueron los periodistas quienes le dieron un nombre a C341: la comenzaron a llamar Félix, como el popular felino de las caricaturas, asumiendo que se trataba de un gato macho.
Los científicos del CERMA hicieron la corrección y la llamaron Félicette, y durante un par de meses fue una pequeña celebridad local, pero pronto pasó al olvido. Quedaba la otra parte, la de la investigación.
Félicette fue sacrificada por los investigadores para estudiar los cambios que el espacio exterior había creado en su cerebro y para saber si podía caer aún en sus cuatro patas. Pronto se dieron cuenta que los resultados eran inservibles y la habían matado en vano.
Olvido y recuerdo
Félicette no fue recordada por mucho tiempo. Hubo un par de estampillas postales, una de ellas de Níger, en su memoria, pero incluso eso salió mal: los timbres todavía la identificaban como un gato macho.
En 2019, y luego de una exitosa campaña en Kickstarter, se logró hacer una escultura de bronce en su honor: actualmente se exhibe con orgullo en la Universidad Espacial Internacional de Estrasburgo, Francia.
Como epílogo quedan dos cuestiones que no dejan de ser curiosas: Francia nunca pudo mandar un astronauta como parte de su programa espacial y a ningún otro país se le ha ocurrido mandar a otro gato al espacio. Hasta ahora, la única gatita espacial se llama Félicette.