Uno de los problemas más grandes en la historia de la humanidad ha sido mantener la paz y la justicia dentro de las sociedades; una tarea que se ha vuelto cada vez más complicada, especialmente cuando se trata de mantener encarcelados a los criminales más peligrosos que suelen alterar el orden público. Es por ello que las autoridades, desde tiempos inmemoriales, han construido cárceles de alta seguridad para lograrlo; tal como la prisión de Alcatraz, en San Francisco, Estados Unidos.
Famosa por albergar célebres criminales como Al Capone y su ubicación casi mortal para quien intentara fugarse; una misión suicida por tratarse de una isla rodeada por las frías aguas de la bahía californiana y la presencia de tiburones que representan una verdadera amenaza hasta para los más valientes.
A pesar de ello, Alcatraz fue testigo de múltiples intentos de fuga durante sus 29 años de funcionamiento; 36 presos participaron en 14 diferentes planes; en donde siete murieron y dos más se ahogaron. Y aunque por años la penitenciaría alegó que ninguna persona logró escapar, en junio de 1962, Frank Morris, John Anglin y Clarence Anglin, llevaron a cabo una legendaria misión.
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El gran escape de Alcatraz
Frank Morris y sus dos socios, los hermanos John y Clarence Anglin; tres criminales con antecedentes de robo a mano armada y posesión de drogas fueron encarcelados en Alcatraz tras pasar de prisión en prisión. Pero desde que llegaron a la bahía de San Francisco, empezaron a planear su fuga.
Morris, el cerebro de la operación, comenzó a observar detalladamente las paredes de su celda y notó que las rejillas de ventilación y el cemento con el que estaban hechas las paredes del lugar no era muy sólido; la humedad y la corrosión las había hecho frágiles y fácil de romper.
Entonces pusieron manos a la obra y poco a poco, con ayuda de herramientas como cucharas, cortauñas y un taladro improvisado a partir de una aspiradora, comenzaron a hacer orificios en sus celdas; el túnel llevaba hasta un corredor de servicio para luego pasar por las cañerías hasta llegar al techo.
El primer paso estaba resuelto; pero para ganar tiempo en su fuga, diseñaron cabezas falsas con cabello real rescatado de la peluquería de la prisión. Colocaron muñecos en sus camas y así engañaron a los guardias para que, en la oscuridad de la noche del 11 de junio de 1962, fuera difícil notar que no estaban allí.
El engaño fue absoluto. Y con ayuda de una balsa y salvavidas improvisados, saltaron a las heladas aguas de San Francisco para no volver a saber nada de ellos.
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El misterio de la fuga
Tras notar que los presos no estaban en sus celdas y analizar la escena detenidamente, las autoridades de la prisión de Alcatraz y el FBI concluyeron que era prácticamente imposible que hubieran sobrevivido al intento de escape, además de que sus cuerpos nunca aparecieron en las aguas que rodean la isla.
Debido a esto, otros sugirieron la hipótesis de que llegaron a la bahía y emprendieron la huida. Por más de medio siglo, el misterio sigue en el aire; aunque mucho se ha especulado con que el escape fue exitoso, las investigaciones han sido insuficientes para determinarlo.