El narcocorrido es el hijo bastardo del corrido y se alimenta de la violencia para existir. En el narcocorrido se normaliza el asesinato y se siguen ciertas reglas porque, de lo contrario, los juglares acaban cosidos a balazos como algunos personajes de sus canciones. A diferencia de su progenitor, que es muy mexicano, el narcocorrido nace en El Paso, Texas, y desde hace casi un siglo su combustible han sido el contrabando y la corrupción en ambos lados de la frontera. El narcocorrido no es sólo un fenómeno discográfico o de “streaming”. También es un suceso bicultural y binacional que ensalza en tres minutos a criminales, instalados en el imaginario popular por autoridades y medios. Y si bien el narcocorrido hace apología, carece de ideología propia, me dice Juan Carlos Ramírez-Pimienta, uno de los investigadores centrales de este género musical.
Lo anterior viene a cuento porque, el pasado sábado, Los Alegres del Barranco se presentaron en el Auditorio Telmex de Zapopan y, en algún momento, cantaron “El del Palenque”, un narcocorrido dedicado a Nemesio Oseguera, “El Mencho”, fundador del salvaje “CJNG”. La canción fue acompañada con la imagen del traficante proyectada en una pantalla gigante. Algunos videos sugieren que el público festejó el gesto. El suceso se viralizó, sobre todo por el reciente caso del campo de reclutamiento localizado a 60 kilómetros de Guadalajara. Ahora el auditorio enfrenta sanciones legales y la banda musical está bajo investigación. Por lo pronto, las autoridades gringas ya cancelaron las visas de los cuatro integrantes y el ocurrente gobernador de Jalisco plantea prohibir los narcocorridos.
Para Ramírez-Pimienta la prohibición no genera ningún cambio real en la violencia mientras el referente exista. “Cuando lo que se escuche en las canciones ya no se refleje en la calle, el crimen habrá disminuido y el narcocorrido se transformará en música folclórica”. Al investigador le sorprendió la reacción del público por el contexto local y porque muy probablemente la mayoría de los asistentes no eran criminales. “La imagen del “Mencho” fue de mal gusto. Ellos cantan; que canten pues”. Dice que criminalizar la música avala el discurso de que a los jóvenes los matan por escuchar narcocorridos. Y está convencido de que, ante el desconocimiento del fenómeno y el clasismo, es común atacar a la cultura popular. Para Omar Rincón, periodista colombiano, la sociedad no rechaza el dinero que proviene del narco, pero sí su expresión cultural por considerarla de mal gusto. Es decir, evalúan desde el desprecio de clase.
La investigadora Ingrid Urgelles dice que no hay pruebas concluyentes que vinculen el consumo de narcocorridos al reclutamiento del crimen organizado. Es como asegurar que el ‘Truecrime’ fabrica homicidas. Bien apuntan los expertos que, para evaluar los productos culturales, se necesita una comprensión sobre su origen. “Si existen narcocorridos es porque existe el tráfico de drogas y su estilo de vida es atractivo en una sociedad, cuyo sentido común neoliberal instala el éxito y el consumo como un objetivo a perseguir”, escribió Urgelles en “Diario Red”. “Aquí es donde se debería de incidir. Porque primero están el narcotráfico y la violencia, y después sus productos culturales”.
No es la primera vez que se censura al narcocorrido. En todas ha sobrevivido. Primero porque la realidad no ha cambiado y luego porque lo prohibido es lo deseado.
POR ALEJANDRO ALMAZÁN
COLABORADOR
@ELALEXALMAZAN
MAAZ