“Versión woke de Blancanieves no convence en taquilla y genera crítica en redes”, leo en un periódico popular. Dado que el domingo pasado, cuando acudí a verla, la sala estaba repleta de espectadores de paga con sonrisas de satisfacción, consulto la recaudación del primer fin de semana. De acuerdo a Box Office Mojo, la cinta de Disney encabeza la taquilla estadounidense con ingresos por poco más de 42 millones de dólares; también es suyo el primer lugar en México, con casi 4 millones, que se suman a los más de 86 acumulados a escala global.
Cierto: Blanca Nieves quedó por debajo de las proyecciones del estudio –que esperaba entre 45 y 55 millones en Estados Unidos el fin de semana de estreno– y muy por debajo no sólo del título más exitoso en la historia de Disney (Intensamente 2, con 154 millones recaudados el primer fin de semana en su país de origen) sino de hits más modestos como, digamos, Maléfica, que acumuló más de 69 en sus primeros tres días. Aun así, sus ingresos son más de 10 veces los del segundo estreno más taquillero de este período, The Alto Knights, con poco menos de 4 millones.
La relativa modestia del éxito de Blanca Nieves se debe en buena medida a las controversias que ha desatado en redes sociales, donde una parte de la audiencia le imputa, en efecto, una agenda woke (aún si también se le acusa de lo contrario, dada la sustitución de los siete enanos por gnomos animados por computadora y las ideas políticas de la ex integrante de las Fuerzas de Defensa Israelíes Gal Gadot). Sólo que eso no es novedad: semanas hace que la tuitósfera y la tiktósfera se ocupan del tema con su habitual estridencia. Habrá que preguntarse cuál es el valor periodístico de la (no) noticia, medio falsa y medio vieja. Ninguno. Pero tiene valor comercial.
Encabezados como ése constituyen una forma de clickbait que vende –como de manera creciente lo hace toda plataforma de comunicación– un producto por desgracia hoy cada vez más en boga: la confirmación de la propia opinión. Pocos tenemos interés en saber más de Claudia Sheinbaum o de Blanca Nieves, de lo que sucede en Gaza o en Kiev, en Washington, en Teuchitlán o en Hollywood.
Perseguimos la declaración que nos permita mentar madres, los elementos que nos ayuden a seguir construyendo una narrativa elemental, el espejito espejito donde nos veamos más bonitos porque furiosos y rodeados de otros que compartan nuestra ira. Blanca Nieves es un fracaso woke. Emilia Pérez una abominación racista. El Rancho Izaguirre un campo de adiestramiento. Viva Palestina libre. Sí, pero libre de Hamas. Y jamás –o casi nunca– el mínimo interés por ponderar, por contrastar, por comprender: la cultura global ha sustituido el periodismo por la militancia, el pensamiento por la consigna.
Hay días que dan ganas de perderse en el bosque.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
IG y Threads: @nicolasalvaradolector
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