MUJERES, S.A.

Cacería de brujas

La penalización desproporcionada hacia las mujeres por ejercer su autoridad es alarmante. Mientras a los hombres se les excusa su agresividad como “parte del liderazgo”, a nosotras se nos tacha de agresivas, inapropiadas o problemáticas

Cacería de brujas
Claudia Luna / MUJERES, S.A. / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Los que me conocen saben que tengo un genio de los diez mil demonios. Los que me conocen de tiempo atrás saben que, en cierto despacho de abogados, se me apodaba “Generalísima Luna” por mi estilo particular de liderar a mis tropas. No soy una jefa fácil: ni dulce, ni consentidora, ni particularmente paciente. En resumen, soy una bruja consumada. Pero sí soy una jefa justa, efectiva, exigente y apasionada por lo que hago. No tolero la pereza ni la mediocridad. Intento, con todo lo que cuesta, ser lo más empática posible, incluso cuando ciertas modernidades corporativas y sociales me parecen un sinsentido. 

Ahora bien, ninguno de mis colegas hombres ha recibido tantas críticas -y ataques directos- por su estilo de liderazgo (aún en casos mucho más extremos) como yo y algunas otras mujeres en mi entorno. ¿Por qué? Las mismas características que describo, celebradas y premiadas en los líderes masculinos, parecen convertirse en un lastre cuando las ejercemos las mujeres.

Este doble estándar es una paradoja insidiosa que socava el avance de las mujeres en el mundo corporativo. La firmeza y la autoridad que en los hombres se consideran virtudes de liderazgo efectivo son rechazadas, e incluso sancionadas, cuando provienen de una mujer. Esta disparidad no solo perpetúa desigualdades de género, sino que también refuerza una cultura laboral que castiga a las mujeres por desafiar los roles y expectativas tradicionales.

Un hombre que exige resultados, eleva la voz o presiona a su equipo es “decisivo”, “estratégico” o incluso “visionario”. En contraste, una mujer que actúa de la misma manera será descrita como “abrasiva”, “difícil” o “emocionalmente descontrolada”. Y siendo realistas, los términos que enfrentamos suelen ser mucho menos diplomáticos: “histérica”, “amargada” y el favorito de muchos, “menopáusica”. Este fenómeno, conocido como el sesgo de tono (tone bias), refleja una construcción social que dicta que las mujeres deben ser empáticas, complacientes y siempre contenidas, incluso en posiciones de poder, bajo cualquier circunstancia.

Se nos exige controlar nuestras emociones, nuestras pasiones y nuestros impulsos para no incomodar a los demás. El mal rato que pasemos nosotras, por supuesto, no importa: es problema nuestro. Por un lado, las empresas promueven programas de liderazgo que idealizan competencias tradicionalmente masculinas, pero cuando adoptamos estas cualidades, se nos condena por romper con las expectativas sociales.

La penalización desproporcionada hacia las mujeres por ejercer su autoridad es alarmante. Mientras a los hombres se les excusa su agresividad como “parte del liderazgo”, a nosotras se nos tacha de agresivas, inapropiadas o problemáticas.

El resultado es que acabamos navegando un campo minado de críticas tratando de encontrar un balance aceptable. Un balance que nos exige elegir entre ser competentes o ser queridas, entre ser fuertes o ser aceptadas. Ganar autoridad con nuestro trabajo, con nuestros resultados y con nuestro esfuerzo diario es una quimera. 

Peor aún, este sesgo genera un mensaje devastador para las generaciones jóvenes: que para triunfar, las mujeres deben priorizar la comodidad de los demás por encima de su autenticidad profesional. Mientras tanto, no se te ocurra quejarte del jefe hombre que grita o exige de más; eso es “normal”.

No estoy pidiendo tolerancia hacia el abuso o el acoso laboral. Los entornos profesionales modernos no deben permitir vejaciones ni comportamientos intimidantes de ningún líder. Sin embargo, la vara con la que medimos no puede ser más alta para ellas que para ellos. No podemos aceptar que ellos tengan licencia para ser tiranos y que a nosotras se nos exija ser un remanso de paz, entrega maternal y perfección profesional.

Es hora de redefinir las reglas del juego. Reconocer que la firmeza y la autoridad no tienen género es fundamental para construir organizaciones inclusivas y justas. Las mujeres deben tener la libertad de liderar con autenticidad, sin el temor constante de ser castigadas por ejercer la autoridad que su posición requiere. Liderar no es un privilegio masculino: es una competencia humana, que trasciende estereotipos y que merece ser valorada en toda su diversidad.

No te disculpes por liderar. Las mujeres no estamos aquí para suavizar las aristas del mundo corporativo, ni para moldearnos a estándares diseñados para que otros se sientan cómodos. No somos ni las “Generalísimas” que deben ser temidas, ni las madres corporativas que llegaron a consolar y dar terapia a todos. Somos líderes. Punto.

POR CLAUDIA LUNA
FUNDADORA THINK PINK MEXICO

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