El Plan México está condenado al fracaso. El Plan México tiene una concepción proteccionista que recoge y complementa lo peor del modelo económico propuesto por Trump. Lo más preocupante del Plan es que propone una actividad económica de enorme gasto público para México cuando la hacienda pública presenta sus peores números en muchos años.
El área de estudios económicos de Banamex augura un crecimiento CERO para todo este año de 2025. Obviamente el gobierno y sus voceros reaccionaron furiosamente negando esa posibilidad. Su reacción es entendible desde el ámbito político: no pueden aceptar la situación económica critiquísima que les heredó su padrino, López Obrador. La lealtad partidista no permite, ni admite, el reconocimiento de errores, especialmente por el tamaño del desastre que recibieron.
Pero desde el ámbito económico, el no reconocer la realidad de la nación es una profunda deslealtad del gobierno a los mexicanos y a su futuro. Lo mejor sería que los gobernantes se olvidaran de López Obrador y pensaran en México. Deben hablar de las graves dificultades económicas, para emprender el difícil camino de su sanación.
Sospecho que muchos de los funcionarios saben que el Plan no es aplicable. Lo único para lo que sirve es para cuando el gobierno pueda decir, ufano: “Tengo un Plan para caminar hacia adelante”.
Sin embargo, la existencia del Plan plantea una disyuntiva clara: o se camina en la dirección que ofrece del proteccionismo del Plan, o se hace un diagnóstico adecuado para, con audacia, plantear otro camino, el de la apertura, para tratar de salvar al país.
El proteccionismo es cómodo para el gobierno y para la izquierda, desde el punto de vista ideológico. Es su área de confort. Salirse de ahí implica cuestionar demasiados supuestos, principios y fobias. Por esa razón, el Plan recibió tanto aplauso, incluso de los propios empresarios mexicanos, iniciadores de la tradición seppuku (harakiri) en México, aplaudiendo su camino voluntario a la irrelevancia y una muerte temprana.
El concepto de “soberanía” se ha elevado a un pedestal en lo más alto del altar de la iglesia ideológica que nos gobierna. Nadie repara en que es, también, el concepto favorito de Trump. Sorprende cuando lo que hizo fuerte a Estados Unidos fueron sus alianzas con otras naciones, no por su individualidad.
México es fuerte también cuando se asocia con otros, no aislándose. Las ideas aislacionistas de “ser soberanos en energías, alimentos, tecnologías, medicinas e ideas” nos va a llevar al fracaso anticipado en todos los terrenos. La solución no es el aislamiento, sino cómo hacer que las capacidades productivas y creativas de otras naciones amigas nos puedan servir para hacernos fuertes interiormente.
La debilidad no es importar; lo malo es no saber cómo usar lo importado, o lo exportado, para el beneficio nacional. Ese sería el Plan ideal, y no uno que simplemente evade la tarea de hacer la planificación necesaria para utilizar los recursos del resto del mundo para nuestro beneficio.
Adicionalmente, hay un problema real de capacidades productivas. Ser “soberanos” implica tener mucho dinero orientado a la creación de las capacidades para ser productivos. López Obrador le heredó a este gobierno una situación de quebranto fiscal, económico y educativo que ahoga al país. Por otro lado, estableció compromisos previos que estrangulan la capacidad de inversión del Estado mexicano.
Para estar en condiciones de crear ese “Estado soberano” que el Plan México exige, el gobierno tiene que cancelar gran parte, si no todos, los compromisos que López Obrador le heredó a Sheinbaum. Concretamente tendría que cancelar la refinería Dos Bocas y refinar fuera del país, que es más económico. Implicaría abrir el sector energético a la inversión privada, sin imponer límites a priori.
También deberá desaparecer la línea área de Méxicana y retirar todos los fondos sin fiscalización que se entregan a las Fuerzas Armadas para que operen hoteles, centros turísticos, antros y restaurantes, como negocio particular. Además, el Tren Maya tendrá que reducirse a una vía entre Mérida, Cancún y Tulúm, si es que no desaparece totalmente.
El gobierno tendrá que recortar todos sus programas sociales, con la excepción del apoyo a los adultos mayores, y que no sea universal sino aplicable para quienes realmente lo requieran. El mejor programa social es el modelo económico que ofrece un empleo con salario digno a todos sus ciudadanos. Regalar dinero masivamente crea sujetos sociales desmoralizados y acomplejados.
Esa enorme masa de dinero se invertirá en proyectos que generen empleos y salarios para los mexicanos, creando infraestructura productiva y rentable, un sistema de salud eficaz y educación de excelencia para las futuras generaciones, además de los programas de vivienda que demanda la población.
No se puede hacer todo eso ahora porque los ingresos fiscales del gobierno se van a reducir este año. El crecimiento CERO implica una baja importante de recursos fiscales del gobierno. Si se sigue con los compromisos de López Obrador, el gobierno actual no podrá ni siquiera empezar a abordar su “Plan México”, por carecer totalmente del financiamiento requerido.
Los arrebatos de Trump en materia de aranceles sí afectan gravemente a México. Los inversionistas van a esperar un año, dos o tres, para ver qué sucede con Trump, con el gobierno que encabeza y sobre el desenlace de la guerra comercial con China. Todas esas condiciones van a afectar gravemente a México, probablemente mas que los aranceles que nos imponga, porque no vendrán las inversiones necesarias para el Plan México.
En un contexto de crisis, México manda señales equivocadas al mundo. Cuando debería estar invitando a los inversores al país, los ahuyenta, con medidas como la elección judicial que pone en duda el Estado de derecho en México. Si la inversión se asusta con un Trump que no obedece a sus jueces, imagínense lo que piensan de México, donde existe una tradición de manipulación de decisiones judiciales por el gobierno.
El simple hecho de que un empresario que quiere establecerse en México tiene que pasar primero por el rasero de Palacio Nacional simboliza la conducta equivocada de nuestro sistema ante la libertad de inversión y flujos de capitales. Esa “aprobación” es algo que exigen los regímenes autoritarios.
México necesita un nuevo lenguaje para salir de la crisis mundial con cierto grado de éxito. Debe abrirse al mercado mundial y a la inversión, no encerrarse en un inútil proteccionismo soberanista. Debe liberalizar las inversiones en todos los sectores estratégicos de la economía, con suficientes regulaciones para que sea de provecho para los ingresos fiscales de la nación y que generen empleos bien remunerados e incentive la creación de muchas economías de escala a nivel regional y nacional.
No es tiempo de doblegarnos a nuestros miedos y fobias. Es tiempo de trascender lo que hemos sido, para construir un nuevo país.
Si no se hace algo audaz en materia de apertura económica, seguiremos mendigando favores del imperio, como lo está haciendo Ebrard en este momento, en Washington, D.C. Tendrá que frenar, cancelar o limitar todos los compromisos dejados por López Obrador a este gobierno. No hay dinero que alcance para atender esos gastos y resolver los problemas de México. La decisión es, obviamente, de alcance político y demanda mucha firmeza y decisión de la Presidenta.
En estos tiempos de incertidumbre y falta de claridad de tantísimos actores, quien sabe definir lo que quiere tiene una buena posibilidad de obtenerlo. Ese sujeto puede ser México.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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MAAZ