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Israel y Palestina

Es este un conflicto añejo y de gran complejidad, pero su aparentemente irresoluble laberinto obliga a ser capaces de romper las cadenas del odio y la ira

Israel y Palestina
Mauricio Farah / Todos Somos México / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

Recientemente se cumplieron ocho meses del cruel ataque de Hamás en el sur de Israel, agresión sin justificación posible, que implicó el asesinato de mil 200 israelíes y más de 350 secuestros.

La reacción de Israel en la Franja de Gaza ha resultado en más de 32 mil palestinos muertos, la inmensa mayoría civiles, miles de ellos mujeres y niños.

Este contraataque ha significado una gran destrucción y un enorme sufrimiento en la población por orfandad, hambruna, enfermedades y desplazamientos.

No se avizora un alto al fuego y las propuestas de paz de la ONU parecen de imposible realización. 

Deplorable para todos es que la violencia crezca por encima de las voces personales e institucionales que condenan el mortal ataque de Hamás, que demandan frenar el embate en contra de civiles e instituciones neutras, como hospitales y refugios; y que lamentan los efectos de la guerra en la niñez, la falta de ayuda y medicinas, y el desplazamiento de un millón de gazatíes a Rafah, hasta donde ha llegado la guerra.

La historia muestra que la violencia siempre engendra violencia, y que aun cuando ha logrado en algunos casos imponer una paz forzada, la violencia no siembra paz, sino odio y resentimiento, que tarde o temprano generan más violencia.

En este círculo estamos ahora, y aunque afecta a personas de toda edad y condición, quienes más lo pagan son las niñas, niños y adolescentes que han quedado huérfanos, lastimados por fuera y por dentro, víctimas sin culpa de una violencia que no cesa.

Lo mismo puede decirse de la profunda huella de dolor que dejó el ataque de Hamás en contra de civiles y personas inocentes de todas las edades el 7 de octubre del año pasado. 

Este es el núcleo del lamento expresado por gran parte del mundo a causa del sufrimiento que causa la violencia: la pérdida de civiles en ambos lados que no debían haber muerto, así como gente que lo ha perdido todo y que huye de la destrucción, abandonando sus raíces y pertenencias, si algo quedara de ellas. 

Ante estos circunstancias, no hay manera de que civiles israelíes y palestinos no se sienten amenazados estén donde estén, de modo que la pérdida de paz se extiende al interior de las personas que han perdido la tranquilidad y viven con incertidumbre, incluso, hay que subrayarlo, fuera de la zona del conflicto.

Idealmente no deberían existir motivos para una guerra, pero en todo caso ésta es entre combatientes, no contra civiles, y menos contra personas ya mayores o contra niñas y niños, en los que quizá no quede en el futuro, si sobreviven, más que un gran resentimiento y un profundo rencor, que eventualmente puede alentar en ellos la perpetuación de la violencia. 

Es este un conflicto añejo y de gran complejidad, pero su aparentemente irresoluble laberinto nos obliga a reflexionar que en todos los ámbitos y circunstancias, en todo enfrentamiento o diferendo, debemos ser capaces de romper las cadenas del odio y la ira, y tratar de encontrar, a partir del mutuo reconocimiento de derechos, un entendimiento básico hacia la construcción de acuerdos de no agresión, como puentes indispensables hacia la armonía y la paz. 

POR MAURICIO FARAH

ESPECIALISTA EN DERECHOS HUMANOS

@MFARAHG

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