La Encerrona

Testimonio de un Acoso

En la lucha por la igualdad y el respeto, muchas mujeres han aprendido a construir redes de apoyo y solidaridad. Sin embargo, existe otra cara que duele aún más: cuando el ataque proviene de otra mujer

Testimonio de un Acoso
Adriana Sarur / La Encerrona / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

En la lucha por la igualdad y el respeto, muchas mujeres han aprendido a construir redes de apoyo y solidaridad. Sin embargo, existe otra cara que duele aún más: cuando el ataque proviene de otra mujer. No importa la profesión, el nivel social o la posición pública; esta realidad golpea a miles de mujeres que enfrentan acoso y violencia desde los lugares más inesperados.

Hoy, una mujer comparte su historia personal de acoso y hostigamiento. No es fácil alzar la voz, pero llega un momento en que el silencio se vuelve insostenible.

Hace quince años, cuando tuvo el privilegio de ocupar un cargo público relevante por primera vez, compartió el camino con un grupo de personas con quienes trabajó arduamente y también construyó amistades genuinas. Fue en ese contexto que un conocido cercano inició una relación con otra persona. Desde entonces, esta mujer comenzó una serie de agresiones que no cesaron: insultos, amenazas y difamaciones que trascendieron de lo personal a lo público, afectando incluso a su hijo menor de edad.

Mientras esa persona dedicó años a intentar destruir lo que ella era, ella eligió dedicar su vida a construir. A pesar de los golpes emocionales y la violencia constante, siguió su camino con dignidad y trabajo arduo, criando a su hijo con valores sólidos y luchando por un futuro mejor.

La resiliencia no es un regalo, es una elección. Y ella eligió su paz, su trabajo y su familia. Su vida ha sido una historia de esfuerzo y méritos propios, no de privilegios inmerecidos. Cada espacio que ha ocupado ha sido ganado con dedicación y perseverancia, desafiando los techos de cristal y enfrentando los prejuicios que aún existen en la sociedad.

Sin embargo, todo tiene un límite. Hoy alza la voz no solo para protegerse a sí misma, sino también a su familia y a quienes ama. Señala con firmeza a esa persona como la responsable de esta violencia sistemática en su contra. Si algo le sucede a ella, a su hijo o a sus seres queridos, dicha persona será la única responsable.

El acoso ha llegado a niveles inimaginables: utilizando fotografías suyas en sitios de citas con descripciones vulgares y publicando su número telefónico, en un acto flagrante de usurpación de identidad. Ha denunciado estas acciones ante las plataformas digitales, y en repetidas ocasiones han confirmado su autoría. No se trata solo de violencia digital; es una agresión directa y constante que ya no está dispuesta a tolerar.

Exige que las autoridades actúen de manera decidida. El acoso, la violencia digital y la difamación son crímenes que no deben ser minimizados ni tratados con indiferencia. La justicia debe proteger a todas las personas, porque nadie debería vivir con miedo por su integridad física y emocional. Las amenazas, la difamación y el hostigamiento son violencias reales que destruyen vidas y familias. No se puede permitir que estos actos queden impunes.

Hace un llamado a todas las mujeres que han enfrentado ataques de esta naturaleza. Ellas saben lo que significa pelear cada día por sus sueños y su dignidad. La verdadera sororidad no es una palabra vacía; es un compromiso genuino que implica apoyarse mutuamente y alzar la voz contra cualquier tipo de violencia, sin importar de dónde provenga.

Finalmente, exige que esa persona se retire de su vida y de la de su hijo. No permitirá que ese odio siga contaminando lo que tanto esfuerzo le ha costado construir. No está dispuesta a seguir siendo objeto de sus ataques ni a que su hijo sea expuesto a una situación injusta e inhumana.

Hoy alza la voz no solo por sí misma, sino por todas las mujeres que aún callan por miedo, agotamiento o desesperanza. Aunque algunas mujeres puedan fallar en la sororidad, muchas más están dispuestas a tender la mano y apoyarse en los momentos más difíciles. Que su historia sirva para recordar que juntas son más fuertes, más resistentes y, sobre todo, más capaces de cambiar realidades. La justicia no es un privilegio, es un derecho, y debe ser defendido.

POR ADRIANA SARUR 

COLABORADORA   

ADRIANASARUR@HOTMAIL.COM

MAAZ

 

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