En una primera versión, esta entrega de mi columna iba a llamarse “Por qué detesto TikTok”; después mutó a “Por qué no me gusta TikTok”; bastaron segundos para recalar en el título final.
No detesto TikTok porque no tengo suficiente vínculo afectivo con él para detestarlo. (Liberal, al ver amenazada su pervivencia en Estados Unidos salí en su defensa: Voltaire es mi pastor y nada me faltará.) No pienso en TikTok lo bastante para detestarlo. Usar el verbo “detestar” hubiera equivalido a incurrir en hipérbole vacua, en mentira. Más aún, habría incitado a otros a manifestar su amor apasionado o su odio furibundo… lo que no da para una conversación demasiado estimulante. (“¡Es mi hit!” “¡Es un asco!” “¡Asco lo serás tú!” “¡Y tu chingada madre!” Un día cualquiera en TikTok, pues.)
Cierto es que TikTok no me gusta, y que ponerlo así es una manera menos agresiva de titular un texto crítico de una interface y de su dinámica, pero también que la frase es irrelevante e inútil: lo que guste o disguste al señor Alvarado da exactamente igual.
“Por qué no uso TikTok”, entonces”. Porque justo es ése un hábitat cuyos usuarios –de no estar haciendo bailecitos– eligen siempre la opción más hiperbólica, la más estridente, la más susceptible de reducir la conversación a insultos e interjecciones. (En virtud de lo que premia su algoritmo, es como Twitter para gente sin ciática, digamos.)
Un amigo morboso –y que sabe que no me gusta TikTok– me reenvía la publicación de alguien que se asume “consultor” (a saber en qué y de quién) y anuncia “Hago periodismo”. El caballero presenta un ¿editorial? ¿comentario? ¿artículo? –OK, un Tik Tok– en que nos informa que la acción de Televisa vale 8 pesos –noticia de hace tres días– antes de afirmar que la empresa está “en ruta a la bancarrota” (osado), que sus acciones “valen poco más que la basura” (falso si por kilo, cierto si por tonelada) y que “lloran por sobrevivir” (¿los habrá visto?). Colige de todo esto que “nadie confía en los medios tradicionales” (defina nadie; defina medios tradicionales) y que “la gente está apagando sus televisores y consumiendo contenido en nuevas plataformas, de maneras distintas” antes de concluir que “las cosas ya cambiaron y se acerca su fin”, sentencia rematada con un emoji de calavera, a saber si a manera de lápida mortuoria o por afectación de temporada.
La gente no está apagando sus televisores: ya acabó de apagarlos. Consume contenido, en efecto, en plataformas semi nuevas (TikTok está por cumplir la década). Eso no hace ese contenido mejor ni peor que el de Televisa, y sí ofrece más avenidas para la insolvencia periodística. En televisión o en redes sociales, vivimos en sociedades dominadas por la estridencia. Hay vehículos que la privilegian más; TikTok es uno.
Quedo a sus órdenes en Instagram.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
IG Y THREADS: @NICOLASALVARADOLECTOR
PAL