ECOS DE LA CIUDAD

A 46 años del surgimiento del fenómeno social de las Bandas Juveniles y sus Panchitos. Parte I

La década de 1960 cambio para siempre la fisonomía del mundo, en los países desarrollados de occidente, los jóvenes construyeron novedosas pautas culturales que condujeron a cimentar una nueva relación entre ellos, los adultos y sus gobiernos

A 46 años del surgimiento del fenómeno social de las Bandas Juveniles y sus Panchitos. Parte I
Foto: Heraldo de México

La década de 1960 cambio para siempre la fisonomía del mundo, en los países desarrollados de occidente, los jóvenes construyeron novedosas pautas culturales que condujeron a cimentar una nueva relación entre ellos, los adultos y sus gobiernos. Los movimientos musicales y artísticos como el rock, el punk y el arte pop, acompañado de la liberación femenina, la píldora anticonceptiva, el fin de la familia nuclear y el rechazo a las guerras como Vietnam, fueron permeando en la juventud de clase media de nuestro país, desde el rock and roll y la onda hippie, hasta las protestas estudiantiles cruelmente reprimidas. Desde Woodstock, hasta el festival de Avándaro y los hoyos funky, las tocadas underground en pistas de colonias marginales y luego la protesta social.

México se incorporó a la década de los setenta, entre exaltaciones de todo tipo, severos reclamos, crisis económicas y sociales, además de una gran indignación por la masacre estudiantil de 1968. En este escenario incierto, creció en la ciudad de México un segmento de la llamada generación perdida, la Generación X, constituida por adolescentes de estratos depauperados, que dieron vida al fenómeno social de las Bandas Juveniles.

En ese periodo negro para el país, lleno de rencores e impotencia, de promesas no cumplidas y de sufrimientos, los más necesitados fueron negados, perseguidos, subsumidos en el discurso de los resentidos, de los delincuentes y de los transgresores. Pocos tuvieron el valor para sostener públicamente que había necesidades apremiantes en ellos, y que sin duda era posible diseñar y llevar a cabo acciones y políticas públicas para atenderles. Falto un decidido esfuerzo por concientizar a la opinión pública, de que estos jóvenes eran producto de las circunstancias nacionales y formaban parte de la sociedad, si bien de un estamento distinto, al final eran parte de nuestra misma sociedad.

Walter Benjamin nos sugirió cepillar la historia a contrapelo para redimir a los muertos que han sido doblemente asesinados. Por un lado, derrotados por el sistema y por el otro, disueltos sus testimonios. Reconciliarnos con nuestra historia nos permite hacer justicia al traer a la memoria a los que han quedado fuera de ella o no pudieron contar los episodios de sus vidas en el momento en que lejos de encontrar la solidaridad de la sociedad, fueron reprimidos y estigmatizados, cargando con el descredito y la infamia de la pobreza y el rechazo social, incluso hoy a más de cuarenta años después.

Además, nos ayuda a distinguir los sucesos para no repetir, si lo queremos, los errores en una etapa con similares condiciones en la que hoy como ayer, los jóvenes tienen pocas alternativas y cuentan con monumentales dificultades y con problemas ciertamente parecidos a los de las bandas juveniles: poco crecimiento económico, violencia desenfrenada, adicciones a tope, insuficientes programas sociales, grave polarización social, necesidad de exteriorizar su ser social -incluso a través de la violencia-, restringidas opciones de desarrollo humano y cultural.

Con una peligrosa transición de valores y de sentido de comunidad y de sociedad, en un mundo obsesionado por el aquí y el ahora, que vive en un tiempo atomizado, en el que se ha perdido la esperanza hacia el futuro, como bien lo ha expuesto el filósofo Byung Chul Han.

En su novena tesis de la filosofía de la historia, Benjamin trae a la memoria el Angelus Novus del pintor Paul Klee, a quien caracterizó como el ángel de la historia, empujado irremediablemente hacia el futuro por un furioso huracán que no le permite detenerse para observar la cadena de males que deja el progreso en su inexorable tránsito, siempre hacia adelante. Pues a cada paso, lo que se supera, se arruina.

El ángel mientras es lanzado por la violenta corriente originada en el paraíso, lleva la cabeza hacia atrás, mirando con ojos desorbitados el desastre de nuestra civilización y la cauda de ruinas que se deja en cada senda victoriosa, provocadas por el vendaval, que no es otra cosa, que el Progreso.

Con esta metáfora, Benjamin nos muestra el espejismo, la ilusión y la frenética carrera para imponer la visión de los vencedores, de la razón y del progreso, sin importar los sufrimientos o las condiciones de los otros, los que quedan bajo su egida, sepultados por los escombros del ascenso de unos cuantos poderosos.

En la transición del México de principios de los años ochenta, la paradoja se configura con una clase gobernante opulenta y tirana, que mientras se beneficiaba de la riqueza petrolera y del poder político, 35.5 millones de mexicanos vivían en pobreza de patrimonio, entre ellos 11.6 millones sufrían de pobreza alimentaria y 16.4 millones, pobreza de capacidades, en una población de 66.8 millones de habitantes (INEGI, X Censo de población y vivienda), de los cuales un tercio eran jóvenes y representaban un bono demográfico.

En el inicio de los años sesenta y durante la década de los setenta, la tasa de crecimiento de la población fue sumamente elevada, llegando al 3.48 por ciento anual, una de las más altas del mundo. Este crecimiento inesperado, requirió más recursos para hacer frente a las necesidades de una población demandante. Inversiones en salud pública, escuelas, infraestructura urbana, transporte, vivienda y otros servicios sociales. Ante la magnitud de las carencias, los Gobiernos de la época decidieron apostar por el fortalecimiento de las clases privilegiadas, por lo que la demanda del gasto social insatisfecho y acumulado, incidió negativamente en la población más pobre.

Con un malestar creciente y graves carencias, se exacerbaron las presiones sociales, el desempleo al alza, los campesinos exigiendo tierras e inversión en el campo, en la capital, los movimientos sociales aún soterrados velan armas. No se vislumbra el fin de la crisis y su carga social obliga a las recriminaciones y acusaciones, buscando desahogos y señalando culpables.

En lo político, el villano que justifica la catarsis nacional y en el que se lavan las culpas, es el expresidente Luis Echeverría Álvarez. En él, se reconoce el origen de los males heredados al nuevo gobierno, después de que la inflación se disparó a mediados de su sexenio hasta llegar al 126.06 por ciento, y la devaluación del peso alcanzo el 22.88 por ciento. En lo social, la inculpación superficial en la ciudad fue dirigida, entre otros, a los jóvenes que nacieron y crecieron en los cinturones de miseria, los ubicados en las zonas limítrofes del poniente de la ciudad.

Ellos se convirtieron en parte de los chivos expiatorios de una sociedad lastimada profundamente en lo económico, con el dramático fin de las expectativas de bonanza, después de concluido el milagro mexicano y la efímera riqueza petrolera del país.

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

COLABORADOR

@HUMBERTO_MORGAN

 

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