Columna invitada

Las narrativas que opacan la tragedia

En estos duelos la palabra adquiere especial relevancia, puesto que la narrativa influye directamente en cómo la sociedad da sentido a un fenómeno

Las narrativas que opacan la tragedia
Ignacio Anaya / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Hay un hecho que no se debe olvidar: el hallazgo de un campamento de adiestramiento en Teuchitlán que fue el último destino de varias personas que se encuentran desaparecidas. En los días pasados, la noticia le recordó a México su triste realidad. Ahora, este hecho se encuentra opacado por una batalla de narrativas entre quienes buscan minimizar su gravedad y recriminan a los colectivos de búsqueda, y quienes oportunamente guardaron silencio durante administraciones anteriores.

En estos duelos la palabra adquiere especial relevancia, puesto que la narrativa influye directamente en cómo la sociedad da sentido a un fenómeno o, en un contexto más amplio, a su propia realidad. Las palabras producen perspectivas que generan sentimientos de apoyo o rechazo, disputados sin tregua en estas confrontaciones.

Las redes sociales son un campo de batalla entre narrativas enfrentadas. Cada parte toma el caso Teuchitlán y convierte la tragedia en un juego estratégico de ataque y defensa, cuyo objetivo final es imponer la narrativa que dará significado al suceso.

Por un lado, está el gobierno, al cual parece importarle más denunciar una supuesta campaña mediática en su contra, atacando a los colectivos de búsqueda, descalificando cualquier crítica honesta y montando su propia verdad de los hechos, en lugar de atender la crisis de desapariciones. Sus propagandistas intentan contener la indignación social, recurriendo incluso a la criminalización de las víctimas y de las madres buscadoras, en un discurso que recuerda peligrosamente al sostenido durante la administración de Calderón. El poder siempre busca deshacerse de aquello que le incomoda.

Por otro lado, están aquellos grupos que durante años aplaudieron las fallidas estrategias que llevaron al país a la situación actual. Hoy se cuelgan del caso Teuchitlán para atacar al gobierno en turno. Muestran una aparente preocupación por las víctimas, mismas que anteriormente criminalizaron. A estos últimos debe quedarles claro: también son parte del problema.

Ambas partes descritas son despreciables, pero no las únicas involucradas. Frente a esto, destacan aquellas voces críticas y auténticas que exigen acciones concretas frente al grave fenómeno de las desapariciones. No cabe duda de que existen en el país personas honestas, cuya postura resulta incómoda tanto para el gobierno como para la oposición.

Finalmente, la consecuencia más grave de esta batalla de narrativas será que el caso de Teuchitlán pase a segundo plano. La guerra discursiva está desplazando a la tragedia del lugar que ocupa en la realidad de México. Este desplazamiento provocará que el caso acabe en la extensa lista de sucesos similares que permanecen sin resolución alguna, olvidados por los gobiernos mexicanos. Todo indica que el cambio, más que un objetivo alcanzable, continúa siendo una utopía.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

MAAZ

 

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