Entre 1968 y el mes de marzo de 1975, el escritor colombiano Gabriel García Márquez escribió El Otoño del patriarca, salió a la luz simultáneamente en España, Colombia y México bajo el sello editorial de Plaza & Janez con distintas portadas de Joan Mingell.
El libro El Otoño del Patriarca cumple 50 años; los lectores de García Márquez salieron en aquellos ayeres a las librerías para adquirir un ejemplar y devorarlo como ya lo habían hecho con Cien Años de Soledad publicado en 1967 editado por Sudamericana y con el barquito en la portada.
En el párrafo inicial se lee, “Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad se despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”.
A García Márquez le llevó 17 años escribir El Otoño de el Patriarca y le confió a su amigo Plino Apuleyo Mendoza en el Olor de la Guayaba Editorial La Oveja Negra/Diana 1982, que suspendió la escritura “…en México, en 1962, cuando llevaba casi 300 cuartillas, y lo único que se salvo de ellas fue el nombre del personaje. La reanudé en Barcelona en 1968, trabajé mucho durante seis meses”
Agrega el autor de Crónica de una muerte anunciada, “Y la volví a suspender porque no estaban muy claros algunos aspectos morales del protagonista, que es un dictador muy viejo”.
La novela continúa, “No tuvimos que forzar la entrada, como habíamos pensado, pues la puerta central pareció abrirse al sólo impulsado de la voz, de modo que subimos a la planta principal por una escalera de piedra viva cuyas alfombras de ópera habían sido trituradas por las pezuñas de las vacas…”.
Más aún, García Márquez le confía a Plino Apuleyo, el haber comprado un libro acerca de cacería con prólogo de Ernest Hemingway, “el prólogo no valía la pena, pero seguí leyendo el capítulo sobre los elefantes…la moral de mi dictador se explicaba muy bien por ciertas costumbres de los elefantes”.
Agrega, el Premio Nobel 1982, “…descubrí algo muy grave: no conseguía que hiciera calor en la ciudad del libro. Era grave, porque se trataba de una ciudad en el Caribe, donde debía hacer un calor tremendo”; tomó la determinación de ir a vivir al Caribe, cargo con su familia, “Estuve errando por allí casi un año, sin hacer nada. Cuando regresé a Barcelona, donde estaba escribiendo el libro, sembré algunas plantas, puse algún olor, y logré por fin que el lector sintiera el calor de la ciudad”.
Entre otros líneas se lee, “En los últimos años, cuando no se volvieron a oír ruidos humanos ni cantos de pájaros en el interior y se cerraron para siempre los portones blindados, sabíamos que había alguien en la casa civil porque de noche se veían luces…”.
POR RUBÉN MARTÍNEZ CISNEROS
COLABORADOR
MAAZ