Una parte importante de la política es el saber ser y el saber hacer.
Y ese es el problema para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Hay que subrayar que es el Presidente de la República, democráticamente electo. No hay discusión.
Pero a partir de eso recordar que las palabras clave son "electo" y "República".
Pero tanto o más que AMLO, tal vez quienes mejor deberían recordarlo son sus ayudantes y seguidores.
Porque muchos de los que votaron por López Obrador lo hicieron por un cambio ético, de conductas; por un contraste con los regímenes anteriores y su poco claro proceder.
Y votaron con las reglas hechas, erigidas poco a poco durante los últimos 30 años. Con el Instituto Federal Electoral, luego Instituto Nacional Electoral, que arrebataron poco a poco el control de mecanismos y recuentos de votación a poderes fácticos, incluso de gobierno, renuentes a soltarlos.
La creación del Instituto Nacional de Acceso a la Información abrió la puerta a transparentar al gobierno y sus tratos. Tampoco fue fácil; nunca logró contar que tan ricos son o se hicieron los políticos mexicanos –que demandaron ocultar la información en aras de sus derechos humanos–, mientras los costos de más de una obra pública quedan aun en el misterio y en el reino de la sospecha.
Paralelamente, hay toda una polémica sobre el Poder Judicial y su independencia, construida también a través de años de pequeños avances. Tan buena o tan mala como se quiera, pero es cada vez más una institución reacia a ignorar el debido proceso y el uso de conceptos y palabras.
El problema es el evidente descuido político y desaliño formal con que actúan los seguidores del Presidente, confiados en su protección y su fuerza. Porque parecen ansiosos de repetir pecados que parecían comenzar a erradicarse.
Y ese es, ha sido un problema real.
López Obrador ciertamente es un Presidente popular, de mayoría y un carisma indudable. Pero es un mandatario electo, no un dictador o un soberano. Cierto, durante décadas, después de la Revolución de 1910, se habló de la presidencia imperial y de la supeditación a ella de los otros poderes, a niveles que a veces rayaron en el servilismo.
El partido único y sus dirigentes hicieron lo que quisieron y como lo quisieron, hasta que los mexicanos lograron crear organismos para comenzar a limpiar las cosas. No por milagro, ni por decreto, sino por el simple trabajo de día a día; tan lento y tan difícil como avanzar en lodo.
Fue un esfuerzo de la sociedad en pleno: de juristas y periodistas, de políticos de oposición –AMLO incluido– y estudiantes, obreros y campesinos; de académicos y ciudadanos comunes, hartos de abusos, corrupción y opacidad.
Hoy pareciera que en aras de salvaguardar su "legado" el Presidente y sus seguidores estén decididos a hacer regresar a los tiempos cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) era visto como "la dictadura perfecta".
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
PAL