CUERPO Y ALMA

#8M: balance

Los frentes abiertos son muchos: desde la brecha educativa hasta la carga de trabajos de cuidado y domésticos no remunerada; de la violencia en pareja al acoso en el entorno digital

OPINIÓN

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María Elena Esparza Guevara / Cuerpo y Alma / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Cuando despertamos, la violencia machista todavía estaba allí.

¿Qué sigue después de la marcha del #8M? Es energizante tomar las calles para exigir un alto a las agresiones de género contra niñas y mujeres; el corazón se expande al unir nuestras voces al grito de justicia y el alma se encoge cuando la mujer a tu lado rompe en llanto al evocar la violencia vicaria que la ha alejado de su pequeño hijo desde hace dos años. Una entre tantas historias.

Hace mucho que el Día Internacional de las Mujeres dejó de ser ocasión para felicitar —aunque nunca falta el despistado que todavía manda stickers de rosas a los chats familiares o laborales, pero esa es otra historia— para convertirse en un llamado de atención sobre los pendientes en cuanto a igualdad sustantiva y acceso a derechos.

Los frentes abiertos son muchos: desde la brecha educativa hasta la carga de trabajos de cuidado y domésticos no remunerada; de la violencia en pareja al acoso en el entorno digital. Combatir la violencia de género requiere especialización y conocimiento de sus formas en cada uno de los espacios de interacción social.

Pero también demanda integrar a hombres y mujeres en una lógica que lejos de alienar o enfrentar a unas contra otros, asuma que no habrá solución sostenible y sustentable mientras no se entienda como un problema al que urgen soluciones más allá de posturas políticas, ideológicas o temas de moda.

Hace unos días, desde Ola Violeta AC presentamos un análisis del fenómeno, en el cual destaca la forma en que socialmente se construyen las emociones. Aunque podríamos pensar que “siento, luego expreso”, la realidad es que entre la emoción percibida a nivel interior y su manifestación exterior hay una serie de mediaciones tan naturalizadas que ya ni siquiera se registran como artificiales, al tiempo que contribuyen a normalizar la violencia de género.

En ese hallazgo radica una oportunidad de intervención con amplio potencial de cambio e impacto para reducir la incidencia de agresiones psicológicas, físicas, económicas, patrimoniales y sexuales, que afectan al 70% de las mujeres mexicanas, de acuerdo con el INEGI. Validar la experiencia emocional es una herramienta preventiva.

Y así volvemos al inicio de esta reflexión: tras las marchas y efemérides, queda un enorme trabajo cotidiano por hacer. Una de sus aristas, que permite accionar desde el plano personal, es fomentar el contacto con las emociones y su libre expresión hasta resignificar los derechos de “una misma”.

POR MARÍA ELENA ESPARZA GUEVARA
 @MAELENAESPARZA

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