“Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacía y sola sin haber hecho lo suficiente". Así canto y así pido en un mundo en el que el dolor se me clava en el pecho por esos niños que se han ido, por esas madres que han sido muertas en vida. Dolor, tierra, sangre, fuego, gritos. El silencio de un Dios que hoy no veo, que no entiendo y no concibo. Hemos perdido el sentido de la vida misma. La magia se ha ido, el ego está por encima del valor de la vida. Los símbolos nos están devorando, sólo nos dejan pellejos secos, sucios e inservibles. No veo un fin, no parece haber un mañana. Cada día el dolor se enreda en mi pecho, asfixiando mi espíritu y llenando mi corazón de angustia. ¿Dónde se encuentra esa bondad perdida, esa empatía que nos hace ser una especie unida? ¿Cómo pedirle a mi hermana que sea mamá en un mundo en el que los niños no están a salvo?
Y de pronto alguien me presenta a una tocaya, una Mónica que me dice que lleva 15 años salvando niños de la trata sexual en el mundo. Me mira a los ojos y me dice: “Me metí a esto porque es problema de la humanidad, de todos. Son muchos niños que hay que rescatar, pero hay que hacerlo uno a la vez.” Entonces entiendo que es así cómo se hace la diferencia y veo que no me identifico con la frialdad de aquellos que parecen llevar sus vidas sin mirar al otro. Esos no me representan, esos que parecen haber perdido toda conexión con la humanidad. Sin embargo, en medio de esta realidad desafiante, surge en mí una llama de resistencia. Aunque la oscuridad amenaza con apoderarse de todo, me niego a dejarme vencer por la noche y el desaliento. Buscaré la luz en los rincones más sombríos y seguiré luchando por un mundo más seguro y compasivo.
Con esto trato de invitarte a ti, lector mío, pese a la oscuridad y al caos, para que creas conmigo en que la humanidad tiene el poder de sanar sus heridas. Aunque parezca imposible, sé que cada pequeño gesto de amor y solidaridad cuenta. Cada acto de bondad puede marcar la diferencia en la vida de alguien más. No puedo cambiar el mundo por mí misma, pero puedo comenzar por cambiar mi propia mirada. “Ayudar a uno a la vez”. Me comprometo a ser un faro de esperanza en medio de esta oscuridad. Y a mi hermana le diré que aunque el mundo sea un lugar peligroso, su amor y su deseo de ser madre son una luz en sí mismos, que si decide traer una nueva vida al mundo, la protegeremos juntas, construiremos un refugio de amor y comprensión, porque incluso en medio del caos la vida sigue siendo el regalo más precioso que debemos proteger con todas nuestras fuerzas.
No sé qué nos depara el futuro, qué desafíos aún tendremos que enfrentar. Pero prometo que no me rendiré, que seguiré luchando por mis hijos, por los otros niños, por un mundo en el que la guerra no sea indiferente para las personas, donde la respuesta sea el amor por encima de todo. Es entonces cuando me conecto con esos seres humanos para los que no les es indiferente ningún dolor, para los que lo humano no les es ajeno. Entonces mi voz se ha escuchado y me hace comprometerme a dar, como dice mi tocaya, “a uno a la vez, Mónica”. Entonces, querido lector, te invito a que el dolor de tu amiga vecina no te sea indiferente.
Seguiré adelante con la voz temblorosa pero llena de determinación y vuelvo a cantar “que la guerra no me sea indiferente.”
POR MÓNICA SALMÓN
@MONICASALMON_
PAL