Columna Invitada

Habla el silencio

Queda claro que si los poderosos no observan a pie juntillas tan elemental precepto, ese que se resume en “honor a quien honor merece”, difícilmente una sociedad no-ciudadana en su mayoría, pobremente educada, reprobada en civismo, buenos modales y respeto al prójimo, lo hará

Habla el silencio
Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

“Lúcidos intervalos (…) en los que habla el silencio”. 

Miguel de Cervantes.  

Con su acostumbrado tino, ese que pone de manifiesto al solitario sentido común, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha nos invita a aprovechar la oportunidad de renunciar a hacer uso de la palabra. Nada más sabio que “hablar en silencio”, lo que resulta hasta más elocuente. Coincide el proverbio marroquí: “No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio”. Escuchar, he ahí el gran secreto de la sabiduría, para construir o acaso modelar la realidad entre todos, empeño-empresa colectiva que diluye los límites entre las voluntades participantes. Pero que, más allá de toda sombra de duda, fija en los asuntos de interés público una convicción fundamental en favor del conocimiento, siendo natural que se establezca un modo justo de reconocer los aportes del pensamiento de quienes los formulan: la meritocracia. El poder del mérito, no la herencia ni el dinero, menos aún la imposición o el mexicanísimo compadrazgo. 

Queda claro que si los poderosos no observan a pie juntillas tan elemental precepto, ese que se resume en “honor a quien honor merece”, difícilmente una sociedad no-ciudadana en su mayoría, pobremente educada, reprobada en civismo, buenos modales y respeto al prójimo, lo hará. Campea entonces, el caos, brilla la empatía por su ausencia, y con el cuento de nunca acabar de la eficiencia y los resultados, pues mandamos a volar la transparencia y la rendición de cuentas. Triste pero cierto, se trata de una lógica que atraviesa a un segmento enorme, muy significativo, de nuestra población. No se malentienda, lejos de defender los nuevos blasones y “títulos nobiliarios”, se trata de reconocer y sacar provecho de la habilitación técnica, la solvencia profesional, los saberes aplicados, los resultados de la investigación científica y los aportes de la cultura y las artes. 

Hace poco más de medio siglo Hannah Arendt expreso con desaliento, o hasta desasosiego, una intuición: “Las leyes parecen haber perdido su poder”. Su sola presencia ya no convoca a su cumplimiento, ese no sé qué de sagrado se evaporó. El mundo se nos hizo viejo, las formas de relación entre los sujetos, los modelos de organización y desarrollo, las instituciones públicas dedicadas a la educación y el bienestar social, los procesos electorales y esos “males necesarios” que son los partidos políticos, cayeron en un cárcamo sin percatarse de su obsolescencia. Discutimos y debatimos acaloradamente: el fin de la historia, la caída del muro de Berlín, la erosión de los regímenes revolucionarios, la clausura del Estado social, y sus reversos, esos reflejos en espejo de obsidiana oscuros a más no poder, la liberalización de los mercados, el desmantelamiento de las economías regionales y nacionales, y un larguísimo etcétera. Ley del péndulo que nada resuelve, los extremos irritan, pero no resuelven; favorecen a ciertos sectores, pero no erradican las causas del empobrecimiento y la explotación, más bien transforman a los beneficios de subsidios en clientelas incapaces de superar su postración, como todo hay excepciones valiosas.  

Ha triunfado la lógica del no pensar, las escaramuzas del ruido y la confusión, el intercambio de epítetos y la competencia por ver quién es más ocurrente e hiriente al lanzar calificativos. La contención brilla por su ausencia. Comencemos por el respeto y los buenos modales, valores que no son ni fifís ni chairos. Dejar que hable el silencio y olvidar las etiquetas. 

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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