Ha iniciado formalmente el juicio en una corte neoyorquina en contra de quien fuera alguna vez el “súper policía” mexicano, Genaro García Luna, cuyo meteórico ascenso lo llevó no sólo a dirigir la Agencia Federal de Investigaciones, o AFI, sino a ser el más poderoso secretario de Seguridad Pública que haya tenido este país, desde Arturo, El Negro, Durazo en tiempos del presidente José López Portillo.
Son muchas y muy graves las acusaciones que presenta la fiscalía estadounidense: a lo largo de los años García Luna habría recibido millones y millones de dólares para hacerse de la vista gorda, en el mejor de los casos, o para abiertamente ayudar a los objetivos tácticos y estratégicos del Cártel de Sinaloa. La defensa de García Luna obviamente niega todas las acusaciones, diciendo que son obra de criminales que buscan vengarse del policía que los encarceló.
El problema con ese argumento es que el principal testimonio que ha involucrado a García Luna es ni más ni menos que el de Joaquín, El Chapo, Guzmán Loera, de quien puede decirse cualquier cosa menos que fue encarcelado por García Luna.
No olvidemos que El Chapo se fugó por primera vez de una cárcel mexicana, a principios del gobierno de Vicente Fox, en enero de 2001, cuando salió en un carrito de lavandería del penal de Puente Grande, en Jalisco.
El Chapo fue capturado nuevamente en febrero de 2014, en el gobierno de Enrique Peña Nieto. Volvió a escapar 17 meses después y fue recapturado casi dos años más tarde, para luego ser extraditado a EU en enero de 2017. En resumen, El Chapo Guzmán pasó en libertad los casi 12 años que García Luna estuvo al frente de la AFI y de la SSP.
Es mucho lo que se ha hablado acerca de Genaro García Luna, desde rumores sin aparente sustento hasta versiones bien documentadas acerca de su repentino y mayúsculo enriquecimiento (aquí les refiero al libro Los Millonarios de la Guerra, de Peniley Ramírez, un exhaustivo trabajo de
investigación).
El juicio de Genaro García Luna en Nueva York durará unas ocho semanas y escucharemos muchas cosas, no todas necesariamente ciertas, ya que efectivamente se basan en relatos de “testigos protegidos” que pueden tener su propia agenda, pero lo que es innegable es que este proceso marcará necesariamente un antes y un después en la cooperación antidrogas entre México y Estados Unidos.
Quedan muchas preguntas por responder, entre ellas, el por qué la enorme tardanza de las autoridades estadounidenses en presentar las denuncias correspondientes y, también, lo que vendrá a ser la pregunta millonaria:
¿Es posible —y creíble— que los servicios de inteligencia del país más poderoso del mundo no supieran con quién estaban trabajando?
Las repercusiones políticas en México serán también enormes, incalculables en este momento. De ellas hablaremos más conforme avance el juicio.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
LSN