Afirmar que Jair Bolsonaro, el actual Presidente de Brasil, es un ave de tempestades, es casi tan superfluo como señalarlo de ser tal vez uno de los más acabados ejemplos del populismo político que se ha entronizado o es, por lo menos electoralmente, competitivo en varios países del mundo.
Pero Bolsonaro parece haber excedido las expectativas y estaría ya a dos meses de las elecciones presidenciales, para cuestionar el resultado de unos comicios en los que se espera una cómoda victoria del popular exmandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
De hecho, ya hay preguntas en torno a lo que espera lograr con una estrategia política que sólo podría ser vista como preparación para provocar una crisis mayor en el país.
Bolsonaro, un político abiertamente derechista y partidario del militarismo que fue electo sobre una plataforma antisistema, copió y redobló la apuesta del estadounidense Donald Trump. El lunes invitó al Cuerpo Diplomático acreditado en Brasil para repetir lo que hace meses es uno de sus mantras electorales: las posibilidades de fraude en los comicios del próximo 2 de octubre.
Según el ultraderechista, las máquinas electrónicas de voto usadas en las elecciones brasileñas son vulnerables a la intervención externa, y para ilustrarlo citó el hackeo en 2018 de la agencia electoral y reiteró quejas de que algunos jueces de la Suprema Corte de Justicia trataban de sabotear su campaña por la reelección.
El discurso de Bolsonaro ante los diplomáticos fue transmitido también al país y motivó desmentidos del Tribunal Supremo Electoral brasileño y expresiones reprobatorias del Departamento de Estado estadounidense.
Pero lo importante no es que haya sido rebatido o condenado por sus críticos, algo que seguramente Bolsonaro y sus aliados esperaban, sino el haber llamado la atención sobre reclamos que tan cuestionables como sean o puedan ser, le sirvan como antecedente para otro tipo de acciones antes y después de los comicios.
Las especulaciones están abiertas, de hecho.
Algunos creen posible que la idea del mandatario sea llegar a una intervención de las Fuerzas Armadas. Después de todo, él mismo fue capitán del Ejército y ha expresado admiración por las dictaduras militares que gobernaron Brasil de 1964 a 1985.
Para muchos sería un retroceso, pero no así para la coalición que lo respalda, que suma a sectores evangelistas conservadores que están de acuerdo con sus posturas contra grupos sexuales diversos y a sectores favorecidos por la deforestación del Amazonas.
Queda de todas formas abierta la pregunta, ¿cuál era su propósito? Después de todo, su gobierno fue y es afectado como todos por las secuelas del COVID-19, aunque su respuesta al problema es considerada entre las peores.
Así que tal vez sólo busque asegurar su supervivencia política, pero se teme que más bien trate de protagonizar una rebelión contra los resultados de la elección.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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