EL DON DE LA FE

El Octavo Día

En los tiempos de la humanidad, hemos sido muy felices al celebrar por siglos la Pascua, es decir el paso, el paso de la esclavitud a la libertad

OPINIÓN

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Roberto O'Farrill Corona / El don de la fe / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En los tiempos de la humanidad, hemos sido muy felices al celebrar por siglos la Pascua, es decir el paso, el paso de la esclavitud a la libertad, el paso de vivir en una tierra ajena, a vivir en tierra propia. Pero ahora somos más felices al celebrar el paso de la muerte a la vida. El Domingo de Pascua, el primer día de la semana y el día más grande de la historia, desde sus primeras horas recuerda la noche en la que Dios sacó de Egipto a los israelitas, los purificó en el mar Rojo y los condujo por mano de Moisés a la tierra prometida, la tierra de la que mana leche de cabras y miel de dátiles. 

Es la noche en la que anuncia el pregón pascual, quienes confesamos nuestra fe en Cristo somos “arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado” y somos restituidos a la gracia y agregados a los santos. 

Es la noche en la que “rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” provocando en todos la reflexión agradecida: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?”.

Ya en las primeras horas del Domingo de Pascua “se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”.  Al salir el sol, la cruz luce florida incapaz de contener a la muerte que ha sido vencida, y el sepulcro está vacío, nadie se encuentra allí; la luz ha expulsado sus tinieblas, la muerte ha sido transformada en vida. Cristo resucitó de entre los muertos y con su resurrección ha prodigado su triunfo para todos los suyos.

El antiguo mandamiento de guardar el séptimo día, el sábado, ha sido superado por un día más, el octavo día esperado desde antiguo, es el día que se proyecta hacia el futuro, hacia la eternidad, que no tiene pasado, ni conoce futuro, porque es presente continuo. 

Porque no es posible redimir lo que no se asume, Dios se hizo hombre para asumir la humanidad y luego redimirla del pecado; y murió para asumir la muerte y así liberarnos de la muerte eterna. 

¿Cuándo Dios alguno se hizo hombre para así poder morir? ¿Dónde, de entre los panteones de religión alguna, cualquiera de sus dioses pasó por el mundo de los muertos para de allí resurgir victorioso, trayendo tras de sí a quienes él mismo dijo haber creado?

En el plan del dios de Jesucristo no está pensado que sus hijos terminen sus días en el fracaso de la muerte. Ésta es la victoria de Dios tan poderoso, el triunfo de Jesús que, en el octavo día, decora de flores la cruz que le dio muerte, llenándola de vida para todos.

POR ROBERTO O'FARRILL CORONA

MAAZ