COLUMNA INVITADA

Francia y el futuro del liberalismo global

El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia importa porque da una muestra del futuro de la democracia liberal en el mundo

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia importa porque da una muestra del futuro de la democracia liberal en el mundo. Confirma, además, dos tesis: la crisis mundial de los grandes partidos tradicionales, que tras la Segunda Guerra Mundial mantuvieron la gobernabilidad desde posiciones conciliadoras de “centro”, y su corolario: que la batalla política en el siglo XXI ya no es entre izquierdas y derechas democráticas, sino entre opciones liberales y populismos autoritarios.  

La semana pasada los partidos tradicionales, que dominaron la vida pública y dieron forma a las identidades políticas mayoritarias desde 1958, sufrieron una importante derrota: los Socialistas (centro-izquierda) y los Republicanos (centro derecha) alcanzaron apenas el 1.8% y 4.8% de la votación, respectivamente. En cambio, los dos candidatos populistas conquistaron aproximadamente el 50% del electorado, incluyendo un alto porcentaje de las generaciones más jóvenes y educadas. Marine Le Pen desde la extrema derecha, y Jean-Luc Mélenchon desde la extrema izquierda, coinciden en su rechazo a la Unión Europea y la OTAN, una visión estatista contraria al “globalismo”, así como hostilidad hacia EE.UU. y cercanía a regímenes como Venezuela, en el caso de Mélenchon, y Rusia en el de Le Pen.

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El presidente en funciones y aspirante a la reelección, Emmanuel Macron, si bien se ha definido como un “centrista”, y sin duda es un liberal fiel a las instituciones democráticas, es en sí mismo producto de un movimiento político (En marcha!) que gira en torno a su carisma personal más que a una apuesta institucional de largo aliento, y triunfó en las elecciones de 2017 precisamente por distanciarse de los partidos tradicionales. 

Como en Francia hay una segunda vuelta electoral –donde competirán el 24 de abril los punteros, Macron y Le Pen–, es probable que Macron triunfe nuevamente gracias al llamado “frente republicano”, una alianza informal que en ocasiones pasadas se ha hecho (incluyendo 2017) para evitar que ganen las opciones extremas. Sin embargo, esto sólo confirma la nueva realidad política: los populismos no son ya una expresión minoritaria en las democracias industrializadas, sino alternativas reales. 

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Una hipotética victoria de Le Pen rompería la renovada unidad europea, que se fortaleció en torno al respaldo a Ucrania; debilitaría la alianza trasatlántica con EE.UU. y de manera más amplia el consenso liberal-democrático de occidente en favor de liderazgos populistas en otras capitales europeas y mundiales. La ola populista global que alcanzó una cresta en 2016, sólo no está derrotada, sino que acumula fuerzas. La erosión de los partidos centristas es sólo un síntoma, pero uno que se generaliza y del que no somos ajenos. 

Francia representa, como lo ha hecho desde la Revolución Francesa, un laboratorio. No en vano es uno de los países de referencia para el análisis comparado de la política. Con el derrumbe de su viejo sistema de partidos, el apoyo cada vez más marcado por tendencias radicales y el papel que desempeñe frente al conflicto ucraniano, estamos en las vísperas de un reacomodo no sólo de orden doméstico, sino también de dimensiones regionales e internacionales. 

Claudia Ruiz Massieu 

Senadora de la República 

MAAZ

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