Leíste bien, aunque ahorita todo mundo habla de qué se va a poner para las fiestas de Halloween, yo quiero invitarte a pensar en cuál disfraz quitarte para vivir más segura y feliz.
La máscara como careta psicológica que desplegamos para relacionarnos en sociedad y frente al espejo de nuestra conciencia ha intrigado a científicos, artistas y místicos. ¿Somos la máscara? ¿Podemos elegirla o nos controla? ¿Qué hay debajo? ¡¿Y si no hubiera nada?! Confrontar nuestras luces y sombras puede ser terrorífico… pero es también profundamente liberador.
En “Vivir sin máscaras”, Susan Thesenga afirma que existe un ser real distinto de los aspectos que pueden ser percibidos como negativos de nuestra personalidad, respecto de los cuales inventamos un personaje que —creemos— nos protegerá de las críticas. Eva Pierrakos plantea que la máscara es el nivel más bajo de conciencia y la compara con un suéter: te cubre, pero nunca se integrará a tu piel; el problema no es usarlo, sino confundirte con que ese pedazo de tela eres tú.
Existen muchas interpretaciones sobre el tema desde la Psicología. La teoría del Pathwork, por ejemplo, establece tres máscaras arquetípicas a las que recurrimos: amor, poder y serenidad. Para quien despliega la máscara del amor, lo más importante es lograr la aprobación de los demás, incluso si implica dependencia o subordinación; si la atravesamos por una mirada feminista, encontraremos que es la más compatible con el mandato de sumisión impuesto a las mujeres en el sistema patriarcal.
La máscara del poder se esfuerza por aparentar independencia y agresividad con tal de ocultar sus debilidades; su prioridad es ganar y suele culpar a los demás del fracaso al no poder lidiar con él. Y, finalmente, la máscara serena se usa para evadir las dificultades, pero tras la imagen de relajación oculta ausencia de compromiso e incluso cinismo.
No pretendo sugerir que en esas tres se agote la complejidad de una personalidad. Solamente es uno de los tantos caminos transitables hacia el autoconocimiento y, en última instancia, para superar el miedo que condiciona nuestra plenitud. Piénsalo un momento: ¿cómo serías si no te preocupara el qué dirán?
Llevar un disfraz todo el tiempo es cansado, requiere mucha energía y te distrae de una tarea más trascendente: descubrir, validar y nombrar tu vida interior. En estos días de jugar a disfrazarse, seriamente quítate el miedo a ser tú misma.
POR MARÍA ELENA ESPARZA GUEVARA
@MAELENAESPARZA
CABEZA: DE MIEDO
PAL