ANECDATARIO

“Objetos perdidos”

Abiertamente puedo culpar a la pandemia de mantenerme en abstinencia de la tierra en que nací

OPINIÓN

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Atala Sarmiento/ Anecdatario/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

Nunca había estado alejada de México durante tanto tiempo como ahora.

Abiertamente puedo culpar a la pandemia de mantenerme en abstinencia de la tierra en que nací.

Salí de México en septiembre de 2019 para comenzar un nuevo episodio de mi vida en Barcelona; desde entonces no he vuelto y es muy raro saber que no es tu voluntad, sino algo  externo lo que te lo impide.

Hace 21 años exactamente llevaba 8 meses fuera de México y era el máximo de tiempo que había pasado sin volver ¡Me parecía una eternidad! Vivía en Estados Unidos y esperé todos eses meses a que se regulara mi situación migratoria para poder viajar.

Una vez que eso estuvo al corriente, mi primer plan fue un viaje a México.

A mi papá no le avisé mis planes para llegar directo a su casa y sorprenderlo, pero la sorpresa estuve a punto de llevármela yo porque justo el día que volaba llena de ilusión, mi pasaporte desapareció misteriosamente.

Pasé esa mañana organizando todo para irme, un viaje organizado al dedillo. Cuando fui a buscar mi pasaporte en el lugar en el que siempre lo tenía guardado, pasmada descubrí que no estaba.

Con el estómago pegado a la espalda revolví cajones, busqué entre libros, sábanas, despensa y los lugares menos pensados en los que pudieras imaginar que lo dejarías. Llegué a lo irracional buscándolo en el refrigerador y el congelador; quizá en uno de esos clásicos momentos muy característicos míos de estar tan ensimismada en mi “Planeta Atala” lo hubiera puesto allí por distracción ¡Sí, soy capaz de eso!

Pero no fue este el caso. Estaba completamente desesperanzada y llorando a mares cuando llamé a mi mamá para compartirle mi drama porque veía cómo se me escurría entre los dedos la posibilidad de volver a los brazos de mis amores más grandes. Mi mamá me dijo que le rezara a San Cucufato. Tenía que amarrarme un hijo rojo al dedo índice de una mano, mientras repetía la frase “San Cucufato, San Cucufato, si no me lo encuentras, no te desato”.

Y así lo hice, recorría cada rincón de la casa rezándole al milagroso santo de los objetos perdidos. A veces no podía ni decir bien la frase porque los sollozos de mi llanto me impedían terminarla articuladamente.

De pronto, como por arte de magia, el pasaporte apareció debajo de un sillón en el que yo ya había metido los brazos hasta hacerme daño para alcanzar el rincón del fondo deslizando la mano y, juro por el mismo San Cucufato, que ahí ¡No estaba! Pero mi entonces marido salió de una habitación con el pasaporte en la mano indicándome que ahí mismo lo había “encontrado”.

Por un milagro -o la fechoría de un ex- pude viajar y cumplir mis sorpresas.

Me hice devota del santo y, curiosamente, hoy en día vivo cerca de un sitio llamado Sant Cugat, que en español se traduce como San Cucufato.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI

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