ANECDATARIO

“Como ella, ninguna”

Cualquiera de las mujeres que había conquistado se hubiera sonrojado, pero ella no, ella rió a carcajadas mientras despejaba el pelo de sus ojos azules

OPINIÓN

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Atala Sarmiento/ Anecdatario/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

La miró de lejos y sintió el flechazo instantáneo. Supo que esa mujer no saldría de su mente jamás. Era 23 de abril, el día de Sant Jordi, cuando se encontraron a la puerta de la Casa Batlló. Mientras ella caminaba hacia él, un viento fuerte despeinó sus rizos rubios e intentó levantar su corta falda dejando a la vista sus piernas infinitas. El Conde quiso disimular que no se había percatado de lo sucedido; cualquiera de las mujeres que había conquistado se hubiera sonrojado, pero ella no, ella rió a carcajadas mientras despejaba el pelo de sus ojos azules.

El Conde se sintió atraído de inmediato por ese caminar que se fundía entre refinación y sensualidad por el Paseo de Gracia. Extrañamente, incluso, sintió celos de que todos la recorrían con la mirada de punta a punta, querían conocerla tanto como él.

-No sea tímido Conde, déjese despeinar un poco ¡Feliz Sant Jordi! dijo ella con calidez e intercambiaron un libro y una rosa.

Lo tomó del brazo y siguieron su camino rumbo al mar. El Conde descubrió así que ella era tan romántica y dulce como los balcones adornados con rosas de la Casa Batlló para ese día. Se sentía hechizado por su olor a jazmín en plena primavera, pero sabía que ella tenía un olor para cada estación: a arena y sal en verano, a hierbas frescas en otoño, a mandarinas en invierno.

Recorrieron los callejones y recovecos del Barrio Gótico bajo los acordes de una guitarra bohemia que era como descifrar la mente de esa misteriosa e intrigante joven. Después llegaron al Born y entraron a la Catedral del Mar.

-¿Ha estado usted enamorada?, le preguntó el Conde - He amado con la fuerza de estas columnas Conde- le dijo, mientras señalaba el costillar de tan imponente monumento - Y he llorado ríos con la misma intensidad con la que disfruto y bailo, añadió.

Cuando llegaron al mar el Conde supo que esa joven era la pasión de las olas del Mediterráneo rompiendo con ímpetu en la costa. Ella se quitó los tacones, se mojó los pies y suspirando hondo levantó los brazos. El Conde admiró su libertad y se supo embrujado por ella.

En la Sagrada Familia vio en la firmeza de esas torres las piernas de esa chica sosteniendo a tan sobrecogedor corazón. Una ráfaga de viento volvió a volarles el pelo. El Conde sabía que lo siguiente que saldría volando sería su cabeza al lado de esa chica. Ninguna de sus conquistas eran como ella, llena de colores al atardecer y un remanso de paz al alba.

Voy tarde, tengo que despedirme Señorita…

Barcelona, me llamo Barcelona Señor Conde…

¡Madrid! Conde Madrid ¿Puedo volver a llamarla?

Vuelva cuando quiera Conde- dijo ella sonriendo para girarse y alejarse hasta convertirse en sombra. Madrid la miró y descubrió que, con todo su señorío y altura, ella, Barcelona, nunca, nunca, sería suya.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI

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