COLUMNA INVITADA

¿Felices Fiestas?

Con el propósito de descristianizar la cultura occidental, centrada en el nacimiento de Cristo, se pretende vaciar de su contenido el único acontecimiento que ha sido capaz de dividir en dos el curso de la historia: antes de Cristo a.C. y después de Cristo, d.C.

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / Colaboradora / Opinión El Heraldo de México Créditos: Foto: Especial

“¡Felices fiestas!”, oímos decir mientras corremos de aquí para allá, preparando la fiesta, pese a amenazas de nuevas cepas de la Pandemia. “¡Felices fiestas!” se repite cada vez más; así, en abstracto, sin terminar la frase, omitiendo el complemento directo de la misma, como solemos hacerlo cuando celebramos las fiestas Patrias, las fiestas de Carnaval, la fiesta de la Independencia, las del Centenario o las de la Vendimia, sólo por nombrar unas cuentas.

“La Navidad -decía Chesterton- tiene que ser rescatada de la frivolidad, que es el intento de alegrarse, sin nada sobre lo que alegrarse”. Con el propósito de descristianizar la cultura occidental, centrada en el nacimiento de Cristo, se pretende vaciar de su contenido el único acontecimiento que ha sido capaz de dividir en dos el curso de la historia: antes de Cristo a.C. y después de Cristo, d.C.

Que se nos diga que hay que alegrarnos y estar felices, a pesar de que el 2021 no fue precisamente el mejor año en cuanto a salud, solvencia económica, estabilidad política o social, paz y bienestar para la mayoría de las familias, sería razonable e inteligente, si se entendiera el mismo nombre de lo que significa esta fiesta. Pero que se nos diga que nos alegremos solo porque ha llegado el 24 de diciembre, es como si todo el mundo se pusiera de acuerdo para alegrarse a las ocho y media de un viernes por la noche, ¡nada más porque sí! Nadie puede alegrarse de repente, así como así, sin que exista una razón poderosa de fondo para estar contentos, pese las dificultades.

En todo caso, se podría organizar una fiesta al recibir una herencia o al sacarse la lotería, pero no habría nada de que alegrarse si esa fortuna fuera un invento y la lotería, una broma. No se puede montar todo un escenario de festejos para celebrar un acontecimiento que se cree que fue falso. Al quitarle a la Navidad su significado divino, centrado en el nacimiento de Cristo, se nos está pidiendo demasiado: festejar y darnos regalos por algo que no sucedió, por una costumbre sin contenido, para amanecer al día siguiente igual de vacíos.

Jesús es el regalo por excelencia y el motivo de nuestra alegría. Cuando nació aquélla fría noche de Belén, lo humano se hizo divino y lo temporal adquirió, desde entonces, valor de eternidad. Esta es la razón por la que festejamos la Navidad en una explosión de alegría que manifestamos, entre otras cosas, en un afán de dar y compartir, porque Jesús es el regalo por excelencia.

“La ola consumista que suele envolver este tiempo de gracia, - me escribe un amigo en tierras lejanas- no consigue anular las múltiples alegrías que encierra, entre ellas la de expresar nuestros deseos de paz y felicidad a aquellos que sentimos más cerca. Por muy grande que sea el regalo dado o recibido ninguno supera el de decirnos al oído - y al corazón - que el cariño y la amistad son más hermosos desde que Cristo nació un día en Belén. Él exaltó todo lo humano.”

Lo cierto es que la alegría de Navidad sigue inspirando a los hombres de buena voluntad. La mayoría de los hogares mexicanos celebran Navidad como una fiesta alrededor del nacimiento. Se organizan posadas con piñatas y peregrinos, combinando los rezos con el ponche, incluido el piquete. Se intercambian regalos y, después de cenar en familia, se arrulla al Niño Dios pasándolo de brazo en brazo, mientras se le cantan villancicos. Lo que sucedió la primera Navidad en Belén es fiesta, no porque lo marque el calendario. La Encarnación del Hijo de Dios sigue viva en el corazón de la gente sencilla, como les sucedió a los pastores, asombrados ante la realidad del misterio.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
PAZ@FERNANDEZCUETO.COM

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