DE LEYENDA

Desde la obscuridad y el frío

Todos hemos tenido un día así, todos, por lo que estoy seguro que estas líneas te llegarán al corazón

OPINIÓN

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Gustavo Meouchi De Leyenda Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Quieres algo, lo suficiente para tratar de obtenerlo. Ya en el camino te das cuenta de que exigirá mucho esfuerzo. Decides seguir. En algún punto te convences, con o sin razones, de que puedes lograrlo.

El camino a veces se te hace más pesado. Piensas en rendirte, en tus malos momentos, y luego recuerdas todo lo que quieres, todo lo que ya invertiste para lograrlo, y te dices: “que qué más da”, que igual el esfuerzo lo vale, que quién dice que no puedes, que claro que puedes.

¿A que sí lo has vivido? Yo sé que sí. Todos lo hemos vivido. A todos nos ha dolido quedarnos a poco o a mucho, perder la esperanza, ver que alguien más se lleva eso por lo que tanto hemos peleado.

Hacer el recuento de todo lo que sacrificaste: tiempo, sacrificios, esfuerzo o dinero. En ocasiones a tus amigos o familia. Duelen esos sábados que te perdiste el desayuno con los niños, o aquellas veces que tus amigos dejaron de considerarte en la reunión quincenal porque ya sabían que estabas ocupado. Duele, entristece, desespera. Y es que no nos gusta perder; a mí no me gusta, a nadie le gusta. Unos lo toman con filosofía y madurez, pero a nadie le gusta perder.

Por eso las lágrimas de Ben Roethlisberger, al final del partido en el que los Acereros perdieron el juego de Comodines frente a los Cafés de Cleveland, te dolieron. O si no lo hicieron, sí pudiste sentirte mal por él. Incluso si le vas al otro equipo puedes detenerte un minuto en la euforia del triunfo y pensar en lo que siente ese grandototote (de tamaño y talento), al ver que se le escapa el pase a la siguiente etapa; que él y su equipo están fuera.

Piensas en que por algo le dicen Big Ben. Escuchas el recuento de los dos Super Bowls que ha ganado con los Acereros, el primero frente a Seattle, siendo entonces el quarterback más joven en obtenerlo; el segundo en 2009, frente a Arizona. Te pasan esa jugada, cuando, a punto de ser capturado atrás de la línea de golpeo, logra escapar y lanzar su pase a Santonio Holmes, quien se queda con el balón, manteniendo ambos pies en el campo, y le da a Pittsburgh su sexto título.

Piensas en los malos pronósticos que tenía al inicio de la temporada, en las lesiones, en todas las semanas de invicto que logró hilar y en lo poco que ha faltado y sabes que, aunque tú nunca tengas su tamaño o su talento en el campo, aunque jamás en tu vida o en varias vidas veas junto el dinero que él cobra por temporada, aunque tus derrotas hayan sido más modestas y nunca televisadas (gracias al cielo), tú puedes imaginar lo que él siente.

Drew Brees también puede. Su cara te lo dice, aunque no tenga lágrimas. Desde la obscuridad y el frío donde está, donde todos hemos estado; lo ves mirar cómo se le ha escapado la oportunidad de pelear por su segundo anillo de Super Bowl, sabiendo que ha perdido el que quizás fue su último partido como profesional. Los comentaristas hacen su parte y te recuerdan que los Santos de Nueva Orleans sólo tienen un título de Súper Tazón y lo consiguieron con él, en aquella edición 44, cuando vencieron a los Colts de Indianápolis 31-17.

Piensas en aquel Drew que ganó la distinción del Jugador Más Valioso, junto con su anillo, y sí, eso volverá a importar en unos días, cuando la emoción se disipe, cuando el apoyo de sus amigos y de la afición lo reconforte y le recuerde lo grande que ha sido y que aún es. Pero ahí, en ese momento, sabes que a él no le importa todo eso y que lo único que tiene en la mente es lo que en ese instante no es. Y sí, tú, en tu sala, con tu cerveza en la mano, tu suéter bien calientito y los nachos en la mesa, tomas conciencia de que, aunque estés a años luz de él, sabes cómo se siente.

Y es que de eso se trata el deporte, de compartir humanidad con héroes tan grandes y que, pese a todo, también caen. Y guardas silencio y deseas que el día acabe para ellos para que mañana puedan volver a levantarse, como todos tuvimos que hacerlo, para seguir.

POR GUSTAVO MEOUCHI
COLABORADOR
@GMOSHY67