ANECDATARIO

"Él y su bólido"

Siendo adolescentes, lo tradicional era que nos juntáramos el día primero del año con el grupo de amigos para hacer algo

OPINIÓN

·
Atala Sarmiento/ Anecdatario/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

El día primero de cada año siempre lo quieres empezar con el pie derecho.

Habemos algunos supersticiosos que incluso llegamos a creernos que ese inicio podría determinar los 364 restantes.

Tenía 13 años cuando conocí a Lara. Nos hicimos amigas desde entonces y hasta la fecha seguimos recorriendo el camino de la vida.

Siendo adolescentes, lo tradicional era que nos juntáramos el día primero del año con el grupo de amigos para hacer algo. No era sencillo porque todo estaba cerrado, pero bendito sea el cine, y que a las dos nos gustaba desde pequeñas, pues era lo único operante incluso ese día.

Así que una tarde del primer día del año, Ramiro, el padre de Lara, nos dejó usar su auto súper deportivo para ir a ver una película en grupo. Al volante iba Rami, su hermano mayor que era un estupendo conductor, Nuria, mi hermana, en el asiento del copiloto y Lara y yo en los asientos traseros. En el desaparecido cine Pedregal 70 nos esperaban el resto de los amigos que nos acompañarían.

Rami no dudó en poner a prueba el poderoso motor turbo del coche soñado por cualquier joven de la época y a nosotras nos dejaba muy impresionadas su destreza al volante. Reconozco que a mí la velocidad siempre me ha dado mucho miedo, pero me mantuve callada. Lara fue la única más prudente que se atrevió a pedirle a su hermano que no fuera tan rápido, mientras que mi hermana Nuria, amante de la velocidad y los autos, lo animaba a hacer rugir ese vigoroso motor.

De pronto salíamos de una curva a gran velocidad incorporándonos a una avenida amplia; un grupo de transeúntes creyó que sus piernas serían más ágiles que las ruedas del bólido que abordábamos e intentaron cruzarla justo debajo de un puente peatonal. 

Menos mal que Rami era tan hábil al volante porque logró hacer derrapar el coche con tal de esquivarlas y no llevárselas de corbata. 

Pero en su maniobra nos fuimos a estampar contra la banqueta y una farola que detuvo nuestra aceleración en seco.

Lo primero fue cerciorarnos de estar todos ilesos y luego ver cómo el grupo de caminantes se alejaban partidas de risa como si hubiera sido muy gracioso que no cruzaran por el puente peatonal. Después hubo que avisar a Ramiro lo que había sucedido con su bólido que quedó un poco raspado en la proeza.

Imaginé que se pondría furioso, pero ocurrió todo lo contrario. Lo más importante, como el padrazo que era, fue que estuviéramos bien. Nunca lo vi enojado. Solo fui testigo de su buen humor y sus bromas aún en momentos tensos como ése.

La COVID nos arrebató a Ramiro hace unos días. Se fue como vivió: tranquilo, cantando, haciendo bromas. A él, que hizo de padre de muchos de nosotros muchas veces, y a sus hijos que son mis hermanos por elección, agradezco millones de historias y sonrisas por tantos años.

 

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI