COLUMNA INVITADA

La Casa de los Vientos

La Secretaría de Cultura y el Gobierno de Guerrero acordaron iniciar los trabajos de restauración de la casa, en Acapulco, donde Rivera vivió por un par de años  

OPINIÓN

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Bernardo Noval/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

EN 1948, LA EMPRESARIA, MECENAS DE ARTE E INCANSABLE PROMOTORA CULTURAL, DOLORES OLMEDO PATIÑO, ADQUIRIÓ UN INMUEBLE EN ACAPULCO CONOCIDO COMO “EXEKATLKALLI” O “LA CASA DE LOS VIENTOS”; PROPIEDAD QUE ABRIÓ LAS PUERTAS A DIVERSOS PERSONAJES DE LA POLÍTICA Y LA CULTURA, ENTRE ELLOS, Y SOBRE TODO, A DIEGO RIVERA. 

En esta majestuosa propiedad, Olmedo acogió, a partir de 1955, a su gran amigo Diego Rivera, quien regresaba a México después de pasar una breve estancia en Rusia y tras recibir en aquel país diversos tratamientos de radioterapia de cobalto, para combatir el cáncer que padecía. 

La Casa de los Vientos posee tres mil metros cuadrados con una superficie construida de 543 metros, se encuentra en el número seis de la calle Inalámbrica, rebautizada años después con el nombre de Diego Rivera, en las faldas del cerro conocido como la Pinzona, cerca de la cima del acantilado de "la Quebrada". 

Durante su estancia en Acapulco, entre 1955 y 1957, el artista vivió largas temporadas en la propiedad; además de elaborar los retratos de Dolores Olmedo y sus pequeños hijos, encontró motivos para capturar las hipnotizantes vistas de las puestas de sol, en una serie de 25 pinturas del atardecer. 

En esta casa, Rivera produjo los más coloridos trabajos de mosaico de su carrera, a través de la creación de cinco murales: dos en el exterior, dos más en el interior y uno en la terraza, hechos también con piedras volcánicas, cantera, azulejo y conchas marinas. 

En la fachada de la casa, el artista desarrolló una esculto-pintura de 100 metros cuadrados. El gran mural, dividido por la reja de entrada, se compone de dos muros; el de la izquierda mide más de 12 metros de largo y en él está representado Quetzalcóatl, el cual parece moverse con sus plumas onduladas de distintos tonos; al lado de la serpiente emplumada, Rivera dejó plasmado el aprecio que tenía por Olmedo representándose como un sapo que entrega un corazón rojo con las palmas de las manos delanteras. 

En el mural de la derecha, de 20 metros, Rivera colocó a Tláloc, acompañado de Coatlicue: en conjunto forman un gran alto relieve. 

En el año 2013, el inmueble fue adquirido por el gobierno federal, el gobierno estatal y la Fundación Carlos Slim, con el propósito de conservar los murales y adaptar el espacio para su funcionamiento como centro cultural. 

Pero fue hasta octubre de 2020, que en una reunión virtual, la Secretaría de Cultura y el Gobierno de Guerrero acordaron iniciar los trabajos de restauración, que contemplan arreglos a la estructura del inmueble, la recuperación de los murales de Rivera y su adecuada catalogación. 

A la par, el INBAL trabajará en una propuesta para recibir y reactivar este espacio cultural, a través de una programación que indague más sobre la estancia de Rivera en el puerto y con posibilidades de que funcione como un lugar para residencias artísticas, en colaboración con fundaciones y organismos que contribuyan a nutrir la oferta. 

A casi 70 años de aquel breve paso de Diego Rivera por Acapulco, aún nos queda este invaluable patrimonio que debe rescatarse, pues no sólo forma parte de la historia cultural de los mexicanos, sino de la humanidad misma.  

POR BERNARDO NOVAL 
CEO MUST WANTED GROUP
@BERNIENOVAL
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