Los enterados defienden que todo comenzó en el mar, que sus aguas mezclaron gases y elementos pariendo las moléculas. Y estas se fueron agregando. Cadena tras cadena, las químicas alborotadas prohijaron a los seres; primero, entes sin rumbo, ciegos, adheridos al fondo del océano, sobreviviendo la ósmosis, el vínculo de una membrana con su entorno; después, superados los coacervados, esos de Oparin, irrumpieron los pluricelulares, ávidos de transformar el líquido en éter, móviles a más no poder, inquietos, todavía carentes de un poquitín de lógica y ritmo. El tiempo, entonces, pasaría tal como acostumbra, imponiendo el desfile de organizaciones animadas, gradualmente más pretenciosas y hasta arrogantes. Se pobló por fin, y al completo, ese medio líquido, incluyendo algas gigantescas, mamíferos incomprensibles por su tamaño e inteligencia, entes pétreos en sí mismos, los corales promiscuos que fundan colonias llamadas arrecifes, y otros que cargan su morada a cuestas, pues de tan frágiles requieren armaduras calcáreas. La corte y sus deidades. Entre ellas unos goznes poco libres y marcados por la dependencia, piadosas emanaciones que tanto acariciaran los presocráticos como primeros principios: aire, fuego, aire y tierra, fueron bautizadas ninfas o nereidas, correspondiendo a cada una de las cincuenta que formaban su legión, un nombre particular.
Una de ellas se distinguiría por la profecía contenida en su apelativo: Eunice, “aquella que alcanza la victoria”, identificando, desde su origen el rumbo de sus avatares, anudados en la voluntad de ser, imponiendo desde el mero principio el no reconocimiento de los límites entre los guardianes del día y aquellos de la noche. Ella, luminosa por los reflejos del sol, luminosa por los reflejos de la luna, deambularía sin fatiga, entre mundos, dado que no hay sueño como la vigilia, cuando se vive durmiendo, en cuyo tránsito se confunden las razones con los apetitos. Una suerte de híbrido de Selene con Endimión o de Helios con Apolo, representa una pálida sombra o un frágil brillo de su personalidad y temperamento.
Eunice se expresa a través de oráculos, esos acertijos que suelen asociarse con las mentes en pausa, en virtud de la conmiseración que nosotros los mortales le inspiramos a Hipnos, el de los mil hijos, entre ellos Morfeo, el tutor de los hombres y las mujeres en su justo empeño por escabullirse a veces del rigor de los dioses, Fobétor, el portador de las pesadillas y los malos augurios personificado en serpientes y pájaros y Fantaso, quien se engalana de objetos sin pálpito, rocas, árboles o fuentes acuosas para pregonar su vocación en favor de las apariencias y las premoniciones. Eunice, así las cosas, arremete con todo, echa mano de lo último disponible o concebible, para acreditar las más profundas de sus pulsiones. Por su potencia intelectual y cierto dejo de duda, la poderosa navegante postula a su interlocutor-arúspice, ese mago de la lejanía que lee los porvenires en las vísceras de los vertebrados, para en su complicidad alborozada se proceda al desciframiento de los arcanos. Se me van ofreciendo las señas de identidad de una ninfa-nereida que ha desafiado la comodidad de su existencia arrullada por el péndulo de las olas, para encarar lo embravecido de las tempestades.
¿Tendremos la fortuna de contar con nuestra Eunice contemporánea?
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
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