Crítica de cine

La sustancia | Ah, cómo duele crecer

Nominada al Oscar a la Mejor película, la cinta, protagonizada por Demi Moore, regresa a las salas de cine para dar una dosis más de horror absurdo y crítica descarnada

El paso del tiempo y el final de la belleza son temas que han sido interpretados cientos de veces en el cine, y no es queja: casi siempre ofrece cintas autocríticas de buen nivel, de las que se puede aprender algo más allá del mundo de cartón piedra de Hollywood.

La sustancia, cinta dirigida por Coralie Fargeat, retoma el tópico y, al mismo tiempo, ofrece una buena dosis de horror corporal que no recordaba ver de una forma tan gráfica y elocuente desde hace bastantes años.

La carta de presentación de la cinta se puede ver en la estrella en el Paseo de la Fama que se inaugura en honor de Elisabeth Sparkle, protagonista del relato. Primero colorida y deslumbrante, poco a poco se va desgastando, hasta quedar prácticamente en el olvido.

Sparkle fue una estrella de cine que exprime sus últimos años de fama en un programa de aerobics matutinos. Las cosas se ponen peor cuando Harvey, una caricatura hecha productor, decide que es hora de reemplazarla por alguien más joven.

Demi Moore ganó un Globo de Oro por su participación en esta película. Foto: Cortesía

Lo que Sparkle no sabe es que esa persona más joven vive dentro de ella, literalmente. De su espina dorsal emerge Sue, una joven y hermosa versión de sí misma que está decidida a perpetuar los estereotipos de belleza e iniciar una carrera allí donde su otra vida se está agotando.

A pesar de su hermosa fotografía, La sustancia no es una película grata de ver, en un sentido meramente estético. Aunque todo nos indica que está allí para nuestro gusto, y hay decenas de imágenes de cuerpos y sitios bellos, hay algo incómodo en todo momento.

Margaret Qualley encarna a Sue, la versión joven de Elisabeth. Foto: Cortesía

Fargeat ofrece una película cuyo sentido no solo es la entretención, pero tampoco se podría decir que es un alegato feminista: es más bien una reflexión acerca de lo que estaríamos dispuestos a dar por lo aparente, una especie de fantasía con Ícaro haciendo un trato para quedar como Dorian Grey.

Las actuaciones de Demi Moore como Elisabeth Sparkle y Margaret Qualley como Sue realzan un guión que se regodea en el absurdo y se cae un poco en el tercer acto, pero que se mantiene como una de las apuestas fuertes para esta temporada.