CÚPULA

Rutas y pueblos originarios

Los primeros territorios de mesoamérica son un referente de los orígenes del inicio de la construcción de nuestras ciudades actuales

CULTURA

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La población indígena en Puebla asciende a un millón 94 mil 1 953 habitantes. Foto: Secretaría de Cultura de PueblaCréditos: Foto: Secretaría de Cultura de Puebla

Se entiende por pueblos originarios a aquellos que, históricamente y de manera colectiva, se reconocen con características físicas, sociales y culturales afines dentro de un mismo territorio. Esta denominación es aplicada regularmente a las comunidades originarias de nuestro continente, descendientes de las culturas precolombinas que han mantenido sus características culturales y sociales, procurando conservar y preservar parte su lengua e indumentaria. Para nuestra cultura actual es indispensable la transmisión de conocimientos, prácticas y formas de entender el mundo que rodea a los pueblos originarios y, sobre todo, el legado que preservan estas comunidades en la conservación de sus propios conocimientos y tradiciones —para el conocimiento y valoración de ese mundo desde adentro—. Es a partir de la oralidad y registro de estos aspectos que podemos dar a conocer ese mundo ancestral. Hablamos de la pertenencia y el origen del cual debemos sentirnos orgullosos.

En la mayoría de los casos, no se cuenta con datos o registro exacto de la fundación de pueblos originarios; hay información de sus primeros anales y actividades en códices de valor histórico extraordinario, realizados por tlacuilos —manuscritos o documentos pictóricos e imágenes, que dan fe de aspectos culturales de grandes civilizaciones— como la maya, azteca, mixteca, zapoteca, otomí, purépecha, etc., que surgen y florecen en Mesoamérica. Algunos de los códices fueron realizados durante la hispanidad por mandato de las ordenes mendicantes o los gobiernos, para así dar a conocer las tierras y riquezas de nuestros pueblos. Códices importantes o tiras, como la de Cuaxicala o la Historia Tolteca Chichimeca, enmarcan el peregrinar de las comunidades para ir fundando las ciudades y abriendo las rutas y caminos que hoy seguimos transitando.

Estos primeros territorios son un referente de los orígenes del inicio de la construcción de nuestras ciudades actuales, muchas de ellas construidas encima de los vestigios originarios. Los casos más extraordinarios con los que contamos en Puebla son los templos religiosos de Cholula y Xiutetelco, que a más de 500 años, cuentan en sus basamentos historias acerca del origen de sus propias culturas.

Nuestros pueblos originarios son conscientes de la importancia histórica y la revaloración cultural de su día a día, que forman parte de un todo; esta revaloración los legitima y les permite resurgir con más fuerza: orgullosos de su cultura, tradición y legado.

PUEBLOS ORIGINARIOS EN PUEBLA

La historia en Puebla, la Puebla de los Ángeles, es muy anterior a lo que entendemos de la metrópoli actual; como lo dicen los códices, el lugar es el corazón de un valle entre montañas, ríos y praderas, es interesante verlo desde los dibujos de 1200 en el Códice de Cuautinchán, donde se denota como las faldas de la Malinche, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, así como las montañas del Tentzo, se unen como fortaleza de su estructura en un lugar denominado el Huitzilapan y el Cuetlaxcoapan; ahí se determinan líneas de división geográfica: las del agua limpia y las del agua contaminada —como decían los de nuestros pueblos originarios—, el Cuetlaxcoapan, lugar que huele feo, donde cambian de piel las víboras, el lugar del azufre, de las corrientes de los volcanes, el que humea —silueta del guerrero y la mujer dormida—. En su frontera, una gran barranca donde pasan las aguas de la Malinche, del arroyo Almoloyan, combinándose con el agua limpia de los manantiales, como si no dejara contaminar su territorio, el llamado Huitzilapan, el de las avecillas verdes de múltiples colores, el colibrí, el lugar de las flores, el lugar de las aguas, el lugar de los manantiales, que coincidencia para hacer el primer proyecto de conservación y respeto de patrimonio por los propios antepasados; aquellos que fundaron un centro de repoblamiento, de los herederos, de sus familias y sus nombres, respetando la ecología del lugar y así fue, organizadamente, como lo hacían desde siglos anteriores. 

Tras 500 años se fueron marcando los lugares para los nuevos asentamientos, determinando los trazos del terreno que se iba a ocupar para vivir, pero también, los lugares donde tenían que cultivar, donde tenían que fabricar, donde tenían que mantener su religiosidad y su gobierno. El respeto a la naturaleza, los lugares de verdor y buenos para el cultivo fueron los de Analco, el Tepetlapa; ahí hicieron huertas y mantuvieron las corrientes de agua de la Malinche para hacer sistemas de riego; después, buscaron las orillas de las barrancas, las del producto del barro para hacer cerámica. 

En un terreno más horizontal, nace el Huilolcatitlan, ahora La Luz; se crea el convento franciscano entre ríos y bosques; ahí se construye la primera ermita, el Ecce Homo y ahí se respeta el lugar de la primera misa —cruce del Alseseca y el Almoloya— y en esa gran inteligencia y orden, colocan su centro de poder, el Tecpan —el lugar de los gobernantes, el lugar de mayor fortaleza en su terreno, el alto—, ¿qué decir? ahí se picó la piedra. Las canteras de la gran montaña, el Acueyametepec, ahí mezclan religiosidad, mantienen su calle real, la que venía del Totonacapan de los pueblos aledaños, se construye y se da fe a la línea de la nueva Jerusalén y se mantiene la topografía con la construcción de dos capillas emblemáticas: la Basílica de Guadalupe y el Templo de Loreto. ¡Qué gran lugar!, ¡Qué gran sentido social!, qué trabajo de los urbanistas y arquitectos del momento: integrar un nuevo desarrollo sin modificar ni afectar la estructura de la naturaleza. Ese era el espíritu de conservar el lugar que los dioses les habían otorgado, el lugar sagrado, el lugar de origen.

Pero esta naturaleza tenía que cobrar su llegada, quizás pensando en que iba a terminar siendo invadida, y vino la lluvia, el arroyo del majestuoso valle, el de Almoloya, el de las aguas de la Malinche inundó el sitio, pero no en el que se habían repartido los ancestros, ese todavía está ahí, ahora los llamamos barrios: El Alto, San Francisco (Ecce Homo), La Luz y Analco el inundado, al que nos referimos —el que se construye a la orilla del río— de los nuevos pobladores, el de los europeos, el de españoles, no tenía cabida aquí en el Huitzilapan.

Y vino la primera reunión y el primer pensamiento de la conservación, un análisis de grupos de poder: no se podía cambiar, ni modificar el repartimiento de tierras, todos tenían ya un lugar: tlaxcaltecas, cholultecas, huejotzincas, los de Calpan y otros, hasta los de Cuautinchán. Cada quien había determinado el nombre y el orden en que deberían funcionar, el Cholultecapan, el Huejotzilacapan, el Tlaxcaltecapan, y así, cada uno, determina su función en el nuevo marco de sistema de vida que vinieron a crear. Determinan que el nuevo lugar de los inundados, los que llegaron —los europeos— sea al otro lado del río, ya no en las faldas de la Malinche, sino a las orillas del Popocatépetl e Iztaccíhuatl, en el Cuetlaxcoapan. Claro ahí, con todo el apoyo de la corona española, se funda un sitio, al que llamaron, de los Ángeles, de la población que andaba sin oficio ni beneficio en el territorio y que fundaría una de las mejores trazas urbanas y de ordenanza. Para hacerlo tuvieron que acudir a la experiencia del trabajo de los que se habían quedado en sus lugares, los del lado del Huitzilapan, los de los pueblos originarios. Así nacieron y también se distribuyeron los lugares. Los cuatro cuaxilacallis, a la usanza indígena, las zonas de dominicos, agustinos, mercedarios y carmelitas, cada uno cumplía con funciones diferentes: educación, cultura, producción y evangelización.

El método de distribución de tierras y de organización cambió, ya no era el acostumbrado por los pueblos que aquí vivían; se retoman los trazos originarios de nuestros antepasados creándose nuevas ciudades en función de las necesidades, creciendo a la par de nuestras ciudades fundacionales, las del otro lado del río, dejando las bases para entender esta lectura histórica. Si bien se tuvieron que abrir calles, sendas y caminos para la distribución de materiales, insumos y elementos de la vida cotidiana, se marcaron estilos propios. Lo interesante es que siguen en ese pensamiento, su desarrollo urbano y traza fundacional, y se han mantenido por casi 500 años de vida y resistencia. Por ello, visitando las comunidades y pueblos aún se puede conocer la Puebla de antes de la llegada de los europeos, la Puebla del siglo XVI, unida a la de la modernidad, respetando así, nuestros pueblos originarios, sus tradiciones y su forma de ser como poblanos.

Y de todo esto lo que podemos ver y aprender es a respetar aquel misticismo milenario, con las danzas, la comida, las creencias en una mezcla perfecta con el presente que se niega a olvidar el pasado majestuoso que nuestros pueblos, y su gente, no nos permiten dejar atrás.

CON GRAN PESO

  • La población indígena en Puebla asciende a un millón 94 mil 1 953 habitantes.
  • Según datos de 2015, es el cuarto estado a nivel nacional con más indígenas.
  • Se habla nahua, totonaca, mixteco, n´giwa, mazateco, otomí y tepehua.
  • La población indígena habita cuatro de las siete regiones que conforman Puebla.

Por Sergio de la Luz Vergara Berdejo

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