ESCRITORES

Escribir y recordar tan natural como engordar: Jorge F. Hernández

A propósito de su última novela "Un bosque flotante", el escritor Jorge F. Hernández reflexiona sobre al acto de recordar y recuperar la memoria

CULTURA

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Las cosas no habían sido así; tras reencontrarse con su amigo de la infancia, el escritor se dio cuenta de “los engaños de la memoria” Foto: Especial

Para Jorge F. Hernández (Ciudad de México, 1962), leer, dibujar y escribir es “tan natural como engordar”. A la lista habría que agregar también volver los pasos a lo vivido: “Todo lo que yo he cuajado en mis libretas tiene que ver con la imaginación y la memoria entrelazadas”, dice. En su última novela, “Un bosque flotante” (Alfaguara, 2021) regresa a los años de infancia para contar una historia que requería del recuerdo a como diera lugar.

“Desde niño sabía que tarde o temprano iba a tener que contarle a los demás que mi mamá había tenido una trombosis cerebral y que había tenido una amnesia. Mi historia con ella es que conforme fui creciendo, fue recuperando su memoria en español, su memoria de México; ella hablaba otros idiomas que perdió; tocaba el piano y cuando salió del bosque de su amnesia ya no pudo tocarlo”, cuenta, por Zoom, desde España.

A los recuerdos de su madre (May), Hernández sumó los propios, viviendo en una casa del bosque, en Washington, aprendiendo a escribir y a hablar primero en inglés y presenciando episodios traumáticos con un amigo: “Yo crecí con la culpa de que me había echado a correr en el bosque y lo había dejado desamparado con un hombre que nos quería hacer daño”, recuerda.

Pero las cosas no habían sido así; tras reencontrarse con su amigo de la infancia, el escritor se dio cuenta de “los engaños de la memoria”. Enviada para concursar por un premio que no ganó y en el que “no le fue bien”, la novela de Hernández es un pretexto para hablar de la memoria y sus recovecos, de lo que recordamos y lo que queremos olvidar.

LO QUE SIGO SIENDO  

-¿Escribir es un acto gozoso o doloroso?

“Hay una especie de catarsis cuando uno escribe, en realidad creo que todo lo que yo he cuajado en mis libretas tiene que ver con la imaginación y la memoria entrelazadas, desde niño que recibí una libreta de Miss Brandsky, mi maestra entrañable. A ella le pude entregar las cuartillas de mi primer libro, que no alcanzó a ver publicado, pero yo cumplí con demostrarle que lo que había sido desde niño, es lo que sigo siendo de adulto. Leo, dibujo y escribo, y eso para mi no es doloroso, es tan natural como engordar”.

-¿Qué es la memoria?

“Memoria es bosque o bosque es memoria; cuando mi mamá empezó a recuperarse de su amnesia tenía  un método muy personal de decir 27 es amarillo, café es 48, bosque es memoria, ardilla es equis; no lo hizo con los idiomas sino como una especie de código, y en ese código la memoria es el bosque. Ahí están todos los árboles que uno va sembrando y que conoce a lo largo de la vida. La imaginación me ha ayudado a recuperar los que ya no están de pie; en mi caso, además, se volvió vocación profesional: yo quise ser historiador porque hay historias que no se vale que se pierdan en la amnesia”.  

-¿Existe más de una memoria?

“Si, yo creo que sí, porque hay muchos tipos de árboles y de follaje. Hay una memoria que es pura imaginación, hay otra sensorial, muy corpórea, que no sé poner en palabras, hay otra memoria musical. En la novela le dedico todo un capítulo al que fue el soundtrack de mi infancia: el mundo psicodélico, paz y amor; la hermana mayor de mi amigo se fue a Woodstock creyendo que se iban a reunir los Beatles, pero no se juntaron y yo para poder narrar esa época, tengo que recordar la letra y música de esas canciones”.

-¿Hablar de memoria es traer información del pasado al presente?

Sin duda, al mismo tiempo que como historiador sé que hay algunos elementos del presente que son muy subjetivos, que inevitablemente se meten en la lente con que miras al pasado. A veces cometemos el error de juzgar a Hernán Cortés con ojos del presente y ahí hay una contradicción”.

-¿Por qué olvidamos?

“En algunos casos porque para sanar hay heridas que es mejor dejarlas cicatrizar sin estar revisándolas, hay golpes a los que no conviene mirar el moretón y por eso, yo creo que el alma, el corazón, prefieren olvidar”.

-¿Has tratado de olvidar algo en esta historia?

“En este caso no, porque la novela es un testimonio de la obsesión que se me fincó a mí por ver que mi mamá había perdido la memoria, y, entonces, yo no quería perderla. Parece ser como un sino que yo soy un obsesionado con la memorialística y Mnemósine, la madre de las musas”.

-Pero ¿has querido olvidar?

“De pronto sí y trato de poner un velo porque para poder ser una mejor persona, creo que a veces es bueno olvidar las jornadas. Quizás para ser mejor torero es mejor olvidar algunas jornadas”.

-¿Qué otra parte de tus historias necesitas recordar?

“He prometido que, en algún futuro, espero publicar mi propia versión de “Las batallas en el desierto”, de José Emilio Pacheco, porque cuando leí esa obra monumental a mi me cambió la preparatoria. Yo tuve también mis propias batallas, no en el desierto más bien en el pantano, yo creo que es una historia muy divertida y muy intensa que más adelante voy a narrar. Es la llegada a México, porque en EU estuve hasta los 14, y luego la Prepa, cuando me tocó a mi andar de pacheco”. 

Por: Luis Carlos Sánchez 

dhfm