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¿Qué eran los hoyos funkys? En estos lugares vivió agazapado el rock mexicano durante la censura de Luis Echeverría

El rocanrol se convirtió en algo prohibido, casi un crimen, pero resistió encerrado en bodegas y patios

¿Qué eran los hoyos funkys? En estos lugares vivió agazapado el rock mexicano durante la censura de Luis Echeverría
El rock resistió en las sombras Foto: Instagram oficial

La historia comenzó en el Festival Avándaro del Estado de México en el año 1971. Una competencia de pilotos que terminó como un festival de música donde lo que sobró fueron precisamente los automóviles, pero asistieron miles de personas, en su mayoría jóvenes rocanroleros rebeldes, activistas, luchadores sociales, etcétera. 

No hace mucho había sucedido la masacre de Tlatelolco en el año 1968, un crimen de estado para intentar calmar a los estudiantes enardecidos con la forma en cómo se manejaba la educación en el país. En 1971, ya con Luis Echeverría en el poder, sucedió el famoso halconazo donde también mataron estudiantes que se manifestaban pacíficamente. El gobierno, entonces, sentía muy cerca la unión juvenil y la posible caída de su partido hegemónico

La banda llamada Peace & Love subió al escenario y entonó su canción "Tenemos el poder", seguida del himno "Marihuana", entonces la radio juvenil cortó la transmisión. De manera inmediata, los medios de comunicación empezaron a satanizar a la gente que acudió para escuchar un poco de rocanrol. 

"El infierno en Avándaro: encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, mugre, pelos, sangre, muerte", es el titular que le pusieron al famoso diario El Alarma que salió un día después, dejando un testigo de la forma en que los chavos y las chavas fueron juzgados por la sociedad. El rock, entonces, fue obligado a ocultarse entre las sombras de la censura. Todas las reuniones de jóvenes fueron canceladas, interrumpidas, perseguidas. Así nacieron los famosos hoyos funky

Los hoyos funky fueron lugares que recibieron al rocanrol. Crédito: Especial

¿Qué son los hoyos funky? Las casas del rock en México durante los años 70

Los lugares que encontró la juventud para seguir escuchando música en vivo empezaron a surgir en la periferia del entonces Distrito Federal y al interior de la república. Técnicamente solo eran bodegas, edificios en obra negra, terrenos baldíos, patios de casas o toda clase de lugar donde pudiera montarse un escenario, equipo de no muy buena calidad entre bocinas, consolas, luces o instrumentos de dudosa procedencia, y donde cupieran suficientes personas como para ganar un poco de dinero, claro, todo para el dizque empresario, muy poco para el talento. Caimanes, les llaman.

En estos lugares tocaban todas las bandas de rock alternativo que no se alineaban con lo establecido por las empresas musicales más famosas o empresas televisivas. El punk, el rock chicano, el rock blues mexicano, el metal y otras tantas expresiones musicales fueron obligadas a tocar clandestinamente porque ser un joven rocanrolero parecía un delito. 

Muchos documentales sobre la historia del rocanrol han retratado la vida  de la música nacional en estos lugares, periódicos han conmemorado a varios de estos terrenos que recibieron a los músicos con los brazos abiertos, no han faltado los libros que describan estos emblemáticos inmuebles. Uno de estos es "El diario íntimo de un Guacaroquer" publicado por Armando Vega Gil, el fallecido bajista de Botellita de Jerez.

Los hoyos funky, un lugar de resistencia para el rock

Durante su capítulo sobre los hoyos funkys hace una descripción bastante exacta y que le ha salido del corazón al momento de escribir dichas palabras. Nadie mejor que un músico que lo experimento para contarlo a fondo, pues las entrevistas que se pueden encontrar por la red, a veces suenan fantasiosas e inexactas. Pero Armando escribió: 

"... y llegas al hoyo de Balderas que no es otra cosa que una bodegota vacía franqueada por un edificio a medio demoler, con un terregal tuberculoso que levanta el viento de febrero y se te amorcilla en los ojos. La taquilla es un carro-como-de-guaruras estacionado junto a la entrada. ¿Por qué un coche-taquilla, con los vidrio polarizados, sin placa y con el motor siempre encendido? Como no tienes más que un apachezco secre (puedes llamarlo roadie pa que te sientas rocker chido gabacho), tiene que cargar a lomo una de las dos bocinotas despedorradas de cien guats que usas para que te "oigan" los dos mil panchistos que están allá adentro apretados como muelas de cocainomano. Y no me salgas con exquisiteces de diva del rock: aquí no hay consolas digitales de treinta y seis canales con ecualizador gráfico digital, periféricos y poderes de mil guats, confórmate con un chingado cajón Radson pa dizque amplificar nomas las voces, y trépale un chingo al ampli pa que al menos te oigas tú y te mates a todas tus células nerviosas del oído interno, que más vale decir. Sonó ojete, pero hubo retumbancia"

Entre otras cosas, a lo largo de su libro describe también la forma en que eran tratadas las personas del público, generalmente chavos y chavas de la clase baja que con los pocos que tenían se iban a disfrutar de una buena tocada de rocanrol. A pesar de la seguridad, también clandestina, que los manoseaba por cada rincón en busca de drogas, siempre se llegaba a colar algún buen porro, algún chemo. Aunque ahí mismo, dice, se vendía de todo un poco, desde chela rebajada, hasta cocaína.

A pesar de las condiciones infames en las que tenían que tocar los músicos, el rocanrol logró sobrevivir gracias a la resistencia de muchos de éstos héroes nacionales. Es posible que hoy día no existieran grandes festejos como el Vive Latino y estadios de gran relevancia como el GNP Seguros, antes Foro Sol, Palacio de los Deportes, y un largo etcétera. Estos hoyos crecieron, se profesionalizaron y empezaron a dar calidad a sus clientes, los escuchas del rock, algunos ejemplos de lugares de resistencia alternativa son el Foro Alicia, los FAROS de la CDMX, House Of Vans, Bajocircuito, entre otros. 

"Como no hay monitores, pegas de alaridos, no porque el rock sea un grito de rebeldía, sino porque no te oyes un carajo ni sabes si abajo te están entendiendo, y a la tecera rola ya estás afónico, que de por sí cantas horrible de ojete y desafinado; pero de esto ni cuenta te das porque no hay luces en el escenario, apenas un foco de doscientos guats, de esos que se usan pa mantener calientes las carnitas estilo Puruándiro", describía Armando Vega Gil.

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