La fascinación del turismo en México se deriva de los procesos de sincretismo ocurridos, principalmente durante la época colonial y que dieron como resultado un vasto acervo multicultural del cual la sociedad mexicana se enorgullece. Pero, ¿qué es ser mexicano y por qué la necesidad de exaltar “nuestras” raíces indígenas? A partir de José Vasconcelos el Estado ha buscado perpetuar la idea —reduccionista— de la existencia de una única identidad nacional fundamentada en el mestizaje y la homogeneización de la diversidad cultural que se encuentra dentro del territorio mexicano. Un ideal que vino acompañado de la exaltación de la ascendencia indígena y enorgullecimiento de la misma, quizá, en un intento de suprimir y olvidar los procesos de opresión colonizadora implícitos dentro de la creación de dicha identidad mestiza.
Y es que las comunidades indígenas han sido vendidas como exóticas y misteriosas con insólitos conocimientos ancestrales capaces de sanar cualquier mal. Es una peligrosa narrativa basada en el “homenaje a las raíces indígenas” convertida en la carta de presentación de México ante el mundo. Esto genera apropiación cultural que altera la esencia de los usos y costumbres de las comunidades, enfrentándose a sesgos de grupos privilegiados que se adueñan de elementos culturales considerados estéticamente placenteros, utilizándolos para su propio beneficio o disfrute, ignorando voluntariamente el significado detrás de los mismos, y, finalmente, para comercializar con éstos.
Con la tergiversación de los significados culturales ocurre que personas completamente ajenas a la cultura autóctona imponen sus propias interpretaciones sobre las tradiciones indígenas mezcladas con aspectos de su propia cultura. El intercambio o enriquecimiento cultural no es fundamentalmente malo: dentro del actual contexto sociocultural atravesado por la globalización resulta prácticamente imposible que no existan este tipo de procesos. El problema radica en la presencia de relaciones asimétricas de dominación donde los usos y costumbres son jerarquizados para mantener el habitus del Norte Global, dándose un proceso de blanqueamiento de las tradiciones indígenas, o bien, una manifestación distinta de la colonización.
El fatídico cruce entre la narrativa de homenaje a lo autóctono, la mítica interpretación de las civilizaciones prehispánicas y la hegemonía blanca da como resultado un proceso de “Xcaretización”: la Península de Yucatán es vendida como un espacio de retiro espiritual y sanación a través de la ritualización exagerada supuestamente maya, pero cuyos guías espirituales ni siquiera pertenecen a dicha comunidad, sino que tienden a ser personas extranjeras o los llamados whitexicans, por lo que en realidad no han tenido contacto cercano con las comunidades, “educándose” en las tradiciones con percepciones occidentales sobre los rituales; y que además mantienen a las personas de genuino origen maya como servidumbre víctimas de clasismo, racismo y xenofobia que, para colmo, ni siquiera se benefician del lucro con sus propias tradiciones. La explotación turística ha causado el detrimento de las tradiciones y la deshumanización de las comunidades autóctonas en la que rituales sagrados son convertidos en un espectáculo para satisfacer las demandas occidentales de entretenimiento en lugares considerados barbáricos. Es como si estas poblaciones existieran para ser los juglares de la aristocracia “mestiza”, de la gringa o de la europea.
No es posible hablar de un homenaje a “nuestras” raíces indígenas, y mucho menos de reparación de daños por perjuicios por colonización y marginación si quienes somos partícipes de este tipo de experiencias no nos tomamos ni siquiera la molestia de desaprender prejuicios y estereotipos sobre la cultura en cuestión. Por ello, la manera como se interactúa con las comunidades indígenas a través del turismo debe de estar guiada por el cuestionamiento de las estructuras de dominación y apropiación cultural escondida bajo la narrativa de homenaje y apreciación cultural.
XBB